El fotógrafo alicantino Ricardo Cases expone hasta el 29 de julio en la Sala Canal de Madrid ‘Estudio elemental del Levante’, una muestra que gira sobre el trabajo del autor desde el 2018. Roberto Villalón entrevista a Cases recorriendo los pasos de un intenso camino que le han llevado hasta aquí.

Ricardo Cases tiene un aire despistado que creo que cultiva, como quien se siente a gusto en el segundo plano, rodeándose de amigos que vayan en su misma dirección. A veces parece un niño al que le hubiera crecido la barba, con esa mirada tierna, esos ojos brillantes y esa sonrisa fácil. Aunque he de decir que intimida un poco cuando te mira fijamente. Será que me lo imagino en las reuniones de lo que fue Blank Paper, apartando la melena élfica de Alejandro Marote y diciendo: “contad con mi hacha”, como el enano malhumorado de ‘El Señor de los Anillos’.

Cases, el campechano, es uno de los referentes de la nueva generación de fotógrafos españoles que crecieron en la intemperie de la crisis, junto a su paisana Cristina de Middel. Ambos tienen algunos elementos en común: un pasado en el mundo del fotoperiodismo, enorme capacidad de trabajo, ganas constantes de aprender, profesionalidad, ganas de jugar, humor y capacidad de riesgo. Y comparten protagonismo en este PHE. Ella con su Carta Blanca y él con una de las exposiciones más celebradas de esta edición.

Ricardo Cases (Orihuela, 1971) estudió Ciencias de la Información en la Universidad del País Vasco y acabó ejerciendo de fotoperiodista en medios como El Mundo. Es fundamental su paso por Blank Paper, del que fue una de sus últimas incorporaciones, contacto que le permitió salirse del carril fotoperiodístico. Compañeros como Antonio M. Xoubanova y Oscar Monzón (que colaboran con un vídeo en la exposición de la Sala Canal) son fundamentales para entender al actual Ricardo.

Y, por supuesto, su vinculación al fotolibro, que también está presente en ‘Estudio elemental del Levante’, desde los fanzines que lanza en Fiesta Ediciones junto a la diseñadora Natalia Troitiño, con quien publica ‘La caza del lobo congelado’, uno de los títulos que tansformaron los Cuadernos de la Kursala; y , sobre todo, ‘Paloma al aire’, fotolibro que hizo descubrir a muchos que tomarse en serio la fotografía puede suponer jugar con ella, partirla por la mitad.

La exposición ‘Estudio elemental del Levante’, de la que puedes leer una estupenda crónica de Camen Dalmau, marca probablemente la madurez del autor. Abandonada la pandilla, vuela solo. Y despliega todos sus recursos. Una visión de colores alegres en la que se puede ver una mirada, tal vez triste, casi de dolor, sobre ese mundo que rodea a Cases.

Queda media hora para que se abran las puertas de la muestra. Maxim Huerta acaba de proclamarse el ministro más breve de la democracia española y, sentados en las escaleras metálicas del antiguo depósito donde se expone su trabajo, tenemos una rápida conversación.

¿Cómo te metes en esto de la fotografía?

Pues empieza todo en la Facultad de Periodismo de la Universidad del País Vasco en Lejona. Había un laboratorio y allí empiezo a trastear. Ese fue mi disparo de salida. Allí empiezo a hacer copias y disparar carretes. Y con la cámara de Vicente Paredes, uno de mis mejores amigos, hasta que me compré mi propia cámara.

‘Belleza de Barrio’ © Ricardo Cases

Soy un fotógrafo tardío en el sentido de que empecé con veintipocos años. Yo lo que quería era ser profesor de gimnasia. No tenía ninguna vocación de periodista. Fue una casualidad, una carambola de la vida. Y es cuando empiezo en este asunto de la foto, que me vuelve loco hasta hoy.

Desde entonces he ido encontrando determinadas cosas que han hecho que me entretenga en esto. Lo primero, la propia fotografía, hacer una foto en condiciones, copiarla en condiciones también, que siempre he sido muy malo en el laboratorio. Y luego llegó la fotografía digital, y enseguida entré en la redacción de un periódico, en El Mundo, y en el camino hice todo lo que se te puede ocurrir con una cámara.

¿Como aficionado?

No. Como profesional. Tuve claro que quería ser un profesional de la fotografía. Me di cuenta de que yo escribía fatal, que no tenía esa capacidad para contar las cosas escribiendo. Hice prácticas en periódicos provinciales, fui locutor de tele, también de radio, en prácticas en verano… Pero era muy malo. Me daba cuenta de mis limitaciones y descubrí que la fotografía era una posibilidad. Y luché por trabajar en un periódico hasta que Begoña Arribas, la jefa de fotografía de El Mundo me dio la posibilidad de empezar a colaborar.

¿Y cuánto tiempo estuviste?

Unos siete años.

‘La caza del lobo congelado’ © Ricardo Cases

¿Cómo fue tu experiencia en prensa?

Pues una maravilla. No solamente para un fotógrafo, sino para cualquier persona, trabajar en un periódico de estas características en una ciudad como esta significa tener una vida muy rica en experiencias. Pasar de las Barranquillas al Palacio Real en cuestión de minutos. Y esto, al margen de la foto y del periodismo, es muy muy interesante. Tratas a todo tipo de personajes y tienes que resolver todo tipo de situaciones de luz, que tienes prisa y no llegas, o te toca hacer un atentado y hacer una coraza para ser un profesional… El periodismo es una escuela de fotografía y de la vida.

¿Tenías tiempo para “tus” fotos?

Siempre he tratado de hacer fotos de “autoencargo”. Ser mi propio medio de comunicación. Pronto descubrí las posibilidades de la autoedición, gracias a que paralelamente a mi carrera se desarrolla la de Natalia Troitiño, una amiga diseñadora gráfica. Y con su ayuda pude hacer mis propias publicaciones. Ella ha diseñado el catálogo de esta exposición y también diseñó mi primera publicación, llamada “SuperNormal”.

Era un fanzine que nace en 2007 con la intención ambiciosa de hacer una colección, y que cuenta la vida y milagros de José Ramón, el portero de mi escalera en la calle Vallehermoso. Y hacemos una tirada de cien ejemplares, y es cuando aprendo que tú puedes ser tu propio medio de comunicación, que puedes pasar de las directrices de libro de estilo, de contenidos y montarte tu propia publicación. Natalia hizo el diseño, y el redactor que más me gustaba del periódico, Dario Prieto, hizo a José Ramón una entrevista. Y desde entonces no dejo de hacer mis propias publicaciones.

‘Paloma al aire’ © Ricardo Cases

¿Y cuándo dejas de estar en activo como fotoperiodista?

Cuando me echan. El jefe de fotografía del periódico me llamó y me dijo: “Te has caído de la lista”. Pero en el mismo momento el jefe del suplemento de fin de semana, el Magazine, me ofreció colaborar. Yo ya había hecho alguna cosa para el suplemento. Se ve que el jefe del diario quería “ampliar” los colaboradores. Esta gilipollez de los medios de comunicación españoles de no regularizar a los trabajadores, y seguir ampliando el grupo de fotógrafos colaboradores, en una situación irregular, hasta que revienta. En vez de ver cuáles son las necesidades de un medio, contratar lo que se pueda y distribuir el trabajo con cabeza, lo que se hace es llamar constantemente a gente nueva. Yo entré así, pero era demencial.

Cuando me echaron, otros fotógrafos denuciaron. Yo no lo hice, pero seguí colaborando con el Magazine. También colaboré con Yo Donna. E incluso me contrataron por una baja de Chema Conesa. Y luego también me echaron de allí. Pero fue peor, porque ni me dijeron lo de la lista, sencillamente dejaron de llamarme. Tu eres un trabajador regular, y de repente no suena el teléfono.

‘El porqué de las naranjas’ © Ricardo Cases

Y entonces, ¿qué haces?

Me quedo sin curro. Por entonces ya había empezado a trabajar con la escuela Blank Paper, con Fosi. Además, pasaba por una situación personal complicada, con muertes de familiares y amigos. Fue cuando Julián Barón me ofreció dar clases en Valencia y Castellón. Y allí me fui.

¿Es cuando entras en el colectivo?

Yo fui el penúltimo en entrar. Julián, Alejandro y yo somos un añadido pues Blank Paper ya existía. El núcleo son un grupo de personas que estudian en la escuela de Arte10, que se forman con Manuel Santos, un profesor, fotógrafo y comisario que los engorila hasta tal punto que hacen un colectivo. Al principio había ilustradores, y se llamaban Blank Paper Imagen. Yo los encontré por internet. Los llamé, y me vi con ellos en una galería superchula, en el Escaparate de San Pedro, una galería que había en Huertas. Y me volví loco con ellos.

Cuando me fui a dar clase con Julián a Valencia, yo no conocía casi a nadie. Era perfecto, porque tenía una necesidad casi terapéutica de hacer fotos. Estaba muy triste y quería acabar ‘Paloma al aire’ y empezar ‘El porqué de las naranjas’.

¿Qué supuso para ti entrar en un colectivo como ése, y qué peso tiene para ti el fotolibro? Personalmente vinculo ambos aspectos.

Mi escuela de fotografía fue el periodismo. Y otras cosas, porque he hecho de todo, desde paparazzi a bodegón, bodas, producto, fachada de bares… Es en el periódico donde aprendo a ser fotógrafo. Pero con Blank Paper aprendo otras cosas: cómo plantear un discurso, conocer ciertos autores… Yo me movía en clichés típicos. Richard Ávedon era una referencia de las pocas que puedan seguir interesándome ahora. Con ellos se me abre un mar de posibilidades, porque tienen un montón de libros, comparten un montón de cosas. Sobre todo, cuestionar mis fotos y dejarme cuestionar las suyos.

Y como los que me gustaban hacía libros, y yo me había formado con ellos, de una manera muy natural decidí hacer uno, que fue aquel fanzine que te decía. Hasta que llegó ‘Belleza de barrio’ que fue una suerte tremenda. Y me dieron una beca. Yo veía que a todos mis compañeros les iban dando la beca Fotopress y yo no sabía que contar para ganarla. Es que hay mucha gente optando y a mí se me da muy mal esto de las becas.

‘El Blanco’ © Ricardo Cases

Pero en ‘Belleza’ fui muy práctico. Tuve la suerte ganar la Beca Ofe, de la Facultad de Ciencias de Extremadura, organizada por profesores aficionados a la fotografía. Con un dineral, porque daba para hacer un libro y una exposición. El jurado eran fotógrafos como David Jiménez, Castellote y Madoz, a los que no conocía. Hice una pequeña publicación diciendo lo que ya tenía y expuse que quería continuarlo. No vendí ninguna moto de necesitar tanto dinero ni nada de eso. Y me la dieron.

Y a todo correr monté un equipo, porque soy consciente de mis limitaciones. No siempre, porque si no nunca haría nada, pero a veces sí. El colectivo me ayudó en la edición, Natalia en el diseño, y cuatro amigos míos de lo más dispares (un biólogo, un realizador, un sociólogo…) hicieron los textos sobre belleza con total libertad, unos textos chulísimos. Por ejemplo Luis López Navarro hizo un texto, ‘Más guapos que el hambre’ sobre cómo el estampado de leopardo va desde África hasta Aluche. Y en un verano hicimos un libro, desde junio, que me dieron la beca, hasta octubre, que tenía la exposición.

La exposición fue con la galería Ángeles Baños de Badajoz con quien sigo colaborando. Entré en el mundo de la galerías de manera accidental. Algo parecido me pasó con Topacio, de la Fresh Gallery.

Y tras ello, llegó la Kursala.

A Jesús Micó lo conocí en esta sala porque me lo presentó Rosa Muñoz que había sido compañera mía en El Mundo. Ella me lo presentó y le habló del trabajo de la caza. Yo le propuse hacer un libro, pero me dijo que no se podía hacer por cuestiones económicas. Entonces ofrecí buscar dinero para así poder hacer el libro como nos diera la gana. Jesús confió mucho y me dio libertad. Igual que en esta expo, en la que la Comunidad de Madrid nos ha dejado hacer lo que hemos querido, al igual que con el catálogo. Hemos hecho un catálogo diferente, en diseño y en tamaño.

‘Podría haberse evitado’ © Ricardo Cases

Y a ti te encanta jugar. Yo te veo en la generación Juan Palomo, ante la falta de recursos, yo me lo guiso y yo me lo como. ¿Eso os dio más libertad?

Yo tengo algún compañero que dice que esto ha sido mucho mejor. Yo tengo dos tipos de colegas: los que están todo el rato con lo de la precariedad, la falta de apoyo institucional, con la precariedad, con el «joder, mira Francia»; y luego otros que dicen que menos mal que nos han dejado en paz, y no hemos tenido esa presión y esa responsabilidad de tener que hacer las cosas de determinada manera. Yo no sé qué decirte, yo he hecho lo que he podido. Tampoco. Yo he hecho lo que he querido.

Soy una persona activista. Cuando hicimos el libro con la Kursala, Natalia me dijo: “Para hacer este libro de la caza, con la pasta que tenemos, sólo podemos hacer determinado libro, con ciertas características y con una funda que hay que comprar en un determinado pueblo de Valencia”. Y yo no hubiera hecho otro libro. A veces las limitaciones provocan una respuesta que puede ser interesante.

Ser fotógrafo realmente no es tan difícil. El cine, hacer una película, necesita una infraetructura y un apoyo económico institucional. Y para ser fotógrafo no hace falta tanto. Vivimos una autonomía y un momento muy dulce. Comprendo que hay quien necesita de ese apoyo, y está genial. La cultura hay que cuidarla. Es lo que corresponde. Otra cosa es que éste es un país muy raro. Mira lo de Màxim.

Antes de meternos con esta expo, me gustaría saber cómo te defines. ¿Qué te interesa a ti de la fotografía como autor?

Hacer fotos. Todo esto es una consecuencia, esta expo, de lo otro. Me siento muy identificado con fotógrafos como Garry Winogrand. Me gusta este asunto de vagabundear con una cámara. Ante todo lo que quiero es salir a la calle a tener esta aventura de no saber dónde voy a parar, no saber con quién voy a hablar… No saber qué foto voy a hacer. Porque el fotógrafo es un tío que se tira toda la vida detrás de una foto y no sabe cuál es. Y esto es lo maravilloso, no sabemos cómo hacer esa foto. Yo todavía no la he hecho. Ése es el secreto.

‘El porqué de las naranjas’ © Ricardo Cases

Por otro lado sí que soy un fotógrafo al que le interesan las cosas que tiene cerca y le interesan las cosas que supuestamente conoce. Como aquel portero de mi escalera al que hacía fotos todos los días. Este tipo de personajes son los que me interesan. Lo que no hago son fotos de puertas a dentro. Mi vida privada me parece un rollo. Pero en cuanto abro mi puerta, ver la del vecino con una mirilla del Sagrado Corazón ya me interesa. Y si le pido sal, igual le hago fotos si me deja. Hasta ese punto de radicalidad.

Y cuando salgo de estos lugares en los que vivo, lo que me interesa es esta contradicción. Como con ‘El Blanco’, o como otro proyecto sobre Miami, un proyecto aún abierto que igual algún día publico y que no me pega ni con cola. Precisamente, en estos proyectos, trato de enfrentarme a esa contradicción, sobre qué legitimidad tengo yo para hablar de Miami, un lugar que no conozco. Ninguna.

¿Ahora eres menos de hacer proyectos y ahora simplemente fotografías el mundo y lo vas agrupando después?

Sí. No soy de hacer un planteamiento muy cerrado. Soy de hacer fotos y sacar ideas de la propia experiencia. Busco cualquier excusa, como el sol. Y luego intento representarlo.

Aunque puedo hacer temas más concretos como la colombicultura. Pero mi intención no es ser coherente. Mi intención es disfrutar. Voy saltando. Nada tienen que ver ‘Estudio elemental de Levante’ y ‘Podría haberse evitado’. Pero en realidad cuento lo mismo. Es lo mismo que hizo Eugene Smith en los 50. Hacer un reportaje de un pueblo español. Pero, como hizo él, vacilar todo lo que quieras. Hacerlo a tu manera.

Por eso lo de ser tu propio medio. Tener total libertad para contar las cosas como tú quieres. No quiere decir que mientas. Yo trato de ser honesto con mi trabajo. Pero trato de disfrutar y jugar con el medio, estirarlo todo lo que pueda. Como con ‘Paloma al aire’ que al final es como una foto corrida en un libro, que se rompe, e incluso le hago rayas con un rotulador.

Hace unos años te proponen esta exposición. ¿Qué decides enseñar y cómo?

En 2015 me proponen esta expo. Hago un dosier con Nerea García Pascual durante todo un verano. Lo que te pide el cuerpo es enseñar lo que haces en ese momento. Pero como es una sala grande, con un trabajo no llega. Y se me ocurre trabajar con todo lo que llevo haciendo en Valencia desde que llegué en 2010. Y el título del trabajo que tenía abierto funcionaba muy bien a la hora de recoger todo lo que había hecho hasta ahora en ese lugar. Me siento muy identificado con ese título de ‘Estudio elemental’. Viene a ser una crónica sentimental de donde soy, Alicante, y de donde vivo. Una respuesta emocional a un lugar y un contexto. Cómo somos, de dónde venimos y a dónde vamos, que es un cuadro de Gauguin y un título de Siniestro Total. Es algo parecido al periodismo pero totalmente libre. Pero no trato de informar.

‘Estudio elemental del Levante’ © Ricardo Cases

Cuarenta y tantos tacos.

46 para 47.

¿Cómo te ves?

Estoy igual.

De no contar para las instituciones, pasas a estar dentro del sistema.

¿Pero qué es el sistema? Yo no soy de pensar en estas cosas. A mí me gusta hacer fotos.

Una generación que montó sus propias escuelas, editoriales, distribuidoras… Ahora estás en Canal, Premio de la Comunidad de Madrid.

Pero esto no quiere decir nada. El texto de Sonia Berguer sobre esta expo, que es muy interesante y certero, acaba diciendo algo así como que “siendo Ricardo lo mismo nos vemos en las salas que en los bares”. Pero no tengo la sensación de haber entrado o haber dado un paso. Sigo haciendo lo mismo. El espacio es más grande, tengo más presupuesto. Pero hago lo que sé hacer. Cuento con el mismo equipo. Los nervios y las sensaciones antes de una expo son las mismas. Me parece interesante que una institución pública como la Comunidad de Madrid empiece a exponer a mi generación.

Eso sí, quiero reivindicar que hay que hacer una gran exposición para Cristóbal Hara. Todos los reconocimientos son pocos para alguien como él, que revolucionó la fotografía de este país.