#LabPHE17

‘De lo Sublime y Heterodoxo’, el Laboratorio de Creación Editorial que capitanean Broomberg y Chanarin llega a su fin. Daniel Mayrit y Alfonso Almendros nos hacen el parte de cada día para que conozcamos todas las evoluciones de los que pasa en Tabacalera.

Y quinto día: Vodoo Gravity.

Suficientes charlas ya. El día empieza a tope. A trabajar. A levantar, a imprimir, a cortar, a ensamblar, a crear. Abrimos al público en 8 horas. Lo que dura una jornada laboral. De las de antes, claro. Si hacemos una porra aquí dentro yo creo que el “no llegamos” se impondría al “esto está hecho” Y sin embargo hacen. Sin parar. Y sin agobios. Parece que la apertura no les inquieta. Están enchufados. Como los hackers. ¿Vendrá alguien?, preguntan por ahí. La respuesta le da igual a todo el mundo. La pregunta también. Ellos siguen. En su mundo, el que han creado. El que se atisba ya entre tanto papel y tanta cosa. Los tótems de ayer parece que están asentando las bases de un cosmos particular. Un microcosmos, si acaso. Y cuando salen al exterior a echar un cigarro se les nota. Salen de aquí y entran allí. A la calle Embajadores. Sólo lo estrictamente necesario.

La energía que traía Chanarin con él se nota. Ha sido un cambio de dinámica radical. Con Broomberg la pregunta que sobrevolaba todo era “¿por qué?”. ¿Por qué nos pides esto? ¿Por qué hacemos lo otro? ¿Por qué estamos aquí? Y todo eso quizás sin entender que tanta pregunta, tanta cara rara y tanto trabajar sin un objetivo concreto era parte del proceso. Del proceso necesario con el que hemos llegado a donde estamos ahora. Pero eso ya no importa. Hoy no se cuestiona. Hoy hasta los más reticentes imprimen, cortan y cuelgan como si no importase lo demás. Hasta las voluntarias se desviven. Porque quedan 6 horas para inaugurar. Y eso acojona.

Hay paredes vacías y hay paredes llenas. El ritmo difiere entre participantes, pero van todos a pincho. Las pausas para la comida de los días anteriores eran el mejor momento del día para muchos. Para relajarse, para salir de aquí. De la tensión y de un trabajo sin horizonte. Hoy nadie para a comer. Los más afortunados apuran un falafel sin levantarse del ordenador, con cuidado de que la salsa de yogur no resbale sobre los papeles que acuchillan a golpe de cúter. Y no es para menos, quedan 3 horas para que abran las puertas.

No, quedan 2 horas. Y milagrosamente hay estructuras de tres metros que se alzan ya por las paredes. Hay andamios y hay gente corriendo, hay gente haciendo cemento y hay gente en escaleras. Y Chanarin con ellos. Remata el texto, va de un sitio a otro, se sube al andamio, y mira a sus alrededores. Qué estará a pensando. Y qué estará pensando Alix, que se deja caer por el espacio. Alguien le saluda con un rutinario “cómo estás”, así, sin signo de interrogación. Pero Alberto recoge el guante y se expresa con sinceridad: “Sorprendido”. Lo clava. Nosotros también. La sorpresa de ver este pequeño santuario de tótems por el que pocos apostaban hace apenas dos días.

Por primera vez se escucha en la sala un “que no llegamos”. Pero de los de verdad. Queda una hora. Supongo que esto es a lo que se referían con aquello de la hora de la verdad. El todo o nada. Se imprime la gráfica. Se recoge lo que sobra. Últimos recortes. Entrevistas para el ministerio.

Media hora. Última reunión de grupo, no más terapia. Decidamos el texto. Las ideas. Hay cerveza fría. Así sí. Los operarios se llevan la impresora. No atienden a razones. No hay tiempo para más. La realidad se impone. 10 minutos para abrir. Queda el título. Chanarin propone. Nadie objeta. No hay tiempo para hacerlo. VODOO GRAVITY.

Nuestro tótem particular. Ahí está. Para la eternidad. Potente. Directo. Mágico.

Que nos traiga fortuna. La necesitaremos.

Fotos: Alfonso Almendros Texto: Daniel Mayrit.

Cuarto día: Tótems Revolutum

Ayer era el último día de Broomberg en el laboratorio. Hoy tomaba el timón Chanarin. Quería dejar los deberes hechos antes de marchar y acabó el día con una puesta en común. Contemplando lo que ya se alza delante de ellos sobre la pared. Pero también por el suelo, por las esquinas, en la mesa de impresión y hasta en los azulejos del baño. La reflexión ya no es tal. Está al borde de convertirse en terapia de grupo. Da dos instrucciones claras: dejen de pensar / usen su intuición. Por primera vez asoman rayos de luz que hacen pensar a los más optimistas que algo está a punto de pasar. Que están cerca de la comunión. Que aquí hay chicha.Pero no todos son optimistas…

Broomberg deja a su paso una sensación incierta. La que, imagino, uno debe sentir cuando va al Bulli y prueba un plato increíble al que se han olvidado de echarle sal. Todo encaja, todo es bueno, pero no acaba de explotar. Hay consenso en envidiar su forma de pensar, de actuar, de encontrar relaciones entre imágenes, de abrir vías de trabajo y de reflexión, la seguridad con que se mueve, incluso lo bien que le queda esa media melena. Pero aún así… aún así, la incertidumbre es más grande que el gozo. Y tenemos por delante el gran precipicio: minuto 85, se va Broomberg, entra Chanarin. Todos ante el abismo.

Amanece el jueves con el mismo calor que el lunes. El avión de Chanarin llega tarde. Cualquier excusa es buena para otra sesión grupal. ¿Cuál es el planteamiento ahora? Es hora de tomar el control, dicen por ahí. Decidamos qué hacer, pues.

El público y el resultado final son los fantasmas que empiezan a aflorar. Cómo afrontar el trabajo editorial y cómo organizar la puesta en pared. ¿Lo hacemos individualmente o como grupo? Ahí está el dilema. El de siempre. Un clásico. Cómo enseñar el resultado de un experimento que está pensado para ser solamente proceso. Y cómo hacer participe a alguien completamente ajeno a todo esto, ajeno a un proceso que, al ser expuesto, deja de ser proceso y se convierte irremediablemente en resultado.

La cosa se centra en el público. Empiezan a ponerse en su lugar. ¿Aleluya! ¿Cómo se enseña esto para que la gente pueda entenderlo, conectar, emocionarse con lo expuesto? ¿Siendo didáctico o sin serlo? ¿Cómo nos imaginamos una exposición en la que el resultado haga partícipe al público de la experiencia que se ha vivido aquí? ¿Qué grado de cripticismo es asumible por alguien que… bueno, que no ha estado aquí dentro, en estas sesiones de trabajo, en estas terapias de grupo?

Hay que tomar decisiones concretas ya. La conversación definitivamente no lo es.

Llega Oliver Chanarin. Olly. Con energía inusitada para alguien que ha cogido 10 vuelos en lo que va de semana. Sienta a todos en la mesa. Hace ronda para escuchar a los participantes. Intenta conocerles. Habla con ellos. Les escucha. Incluso les cuenta historias de cómo les metieron a él y a Adam una paliza una vez en un bar en Argentina. Ríen todos a una por primera vez. Por. Primera. Vez. Empieza a ver lo que llevan hecho y las ideas empiezan a fluir. Como una ola que ves venir y rompe justo delante de ti. Al grano. Pum. Pum. Pum. Mira. Piensan. Pregunta. Responden. Totems. Esto ya es otra cosa.

Totems. Esa es la nueva premisa. El monstruo del día anterior no era tal, tenía un totem en su interior todo este tiempo. Pero no éramos capaces de verlo. El par de ojos frescos de Oliver es de agradecer. Resuelve. Mira y mira otra vez a lo que cuelga de las paredes. Y del suelo, y de los azulejos. Y encuentra las claves. Y el espacio también gana el protagonismo que aún no había tenido. Techos altos, paredes rotas. Que traigan la escalera, que esto coge forma. Borrón y cuenta nueva. Todos trabajan. Todos.

Susurran los pasillos que ya no es el laboratorio de Broomberg y Chanarin. Es el de Broomberg vs. Chanarin.

Si quieren rezarle a los nuevos totems paganos de la imagen, vengan mañana a la inauguración. A las 18:30 h. en Tabacalera, Madrid.
 

Tercer Día: Catarsis

El día de hoy es clave. El sol se puso inquieto ayer en Tabacalera, e inquieto ha amanecido hoy. Hay un nosequé en el ambiente, en las miradas y en las paredes que hacen que el olor a tensión enmascare al del polvo, el escombro y las paredes desconchadas del edificio. Como en todo viaje llega un momento en el que estamos perdidos. Unos perdidos bien. Otros perdidos y sin brújula. Los que no saben qué están haciendo aquí y a los que no les hace falta saberlo.

Parece que el desarrollo del taller no da confianza a todo el mundo por igual. Ayer empezó a aflorar una dinámica común, de grupo amorfo con lazos débiles, pero lazos al fin y al cabo. Uno de los objetivos, recordamos, era eliminar la individualidad y funcionar como grupo. Y eso asusta.

Empezamos con una charla de reconciliación. O catárquica. O motivacional. All out. Broomberg desvela todo. El experimento al que está sometiendo a los participantes ya se puso en práctica una vez. Y fracasó. Fue en el Krakow Photomonth de 2011, donde reunió a un grupo de fotógrafos aún más nutrido, aún más internacional y durante aún más tiempo. Lo llamaron Alias. Pero ninguno de los participantes consiguió convertirse en otro. Tampoco en grupo. La conclusión es clara, y tiene forma de pregunta: ¿Estamos preparados los artistas para salir de nuestra zona de confort? Reformulemos la pregunta del primer día: ¿Acaso podemos ser transgresores, no ya con el mundo exterior, sino con nosotros mismos? Mirando a la mesa de trabajo con sus participantes reunidos, la respuesta parece ser tan obvia como la pregunta.

Verónica y Gonzalo, los artífices de todo esto, se unen a la catarsis. Ya no supervisan desde fuera. Ahora están dentro. Broomberg les pone a prueba. Respondan: ¿De qué va esto? Gonzalo se arranca. Esto es la heterodoxia. Aquí no hay reglas. Pero también es sublime, y por lo tanto no podemos –ni debemos– controlar nuestras pasiones. El laboratorio en sí ha de suponer una amenaza constante desde la belleza. Desde el dolor. Lo místico. Lo religioso. Lo inalcanzable. Lo intangible. Lo apabullante. Lo…

Ahora sí. Las palabras fluyen. Se sienten cómodos. Lo sublime gusta. La conversación se alarga. Me imagino a alguien mirando y escuchando desde fuera. ¿Se asustaría ante el monstruo que se está gestando ante sus ojos? ¿O se tiraría a la piscina con nosotros? ¿Entraría a ver los resultados de lo aquí acontecido cuando el laboratorio abra sus puertas al público el viernes? Reconduce Adam pasando el testigo al grupo: ¿Qué sentís que hay que hacer a continuación? Sólo responde el silencio.

Paran. Uvas pasas. Relajación. Un momento de reflexión, casi surreal, en el sentido estricto de la metodología, la mecánica y el proceso. Vuelven a aflorar las ideas. Se preparan para una nueva salida. Cada participante con una palabra en la mente, entre lo sublime y lo heterodoxo. Fotos: Alfonso Almendros Texto: Daniel Mayrit.

Segundo día: Brotes Verdes.

Hoy empezamos con los deberes hechos. Los participantes pasaron la tarde de ayer y las primeras horas de hoy haciendo fotos, bajándose imágenes y haciendo pantallazos. Los primeros resultados empiezan a verse. La selección hace honor al título del taller y lo heterodoxo marca el primer gol ante lo sublime.

Una vez asumida la pérdida de la personalidad individual en el planteamiento del día anterior, hoy el objetivo es llevar el imaginario producido un paso más allá. El nombre de Warburg planea en el ambiente matutino hasta que el propio Adam Broomberg lo verbaliza para hacer patente el objetivo último de establecer relaciones insospechadas entre unas imágenes aparentemente inconexas. ¿O quizás no tanto?

Textos, símbolos y objetos entran también en escena. Colmillos de perros se mezclan con extensiones de pelo, rayos de luz con retratos de celebrities y sillas de las terrazas más madrileñas con medusas en congeladores.

Alberto Salván, de quien depende el diseño de todo esto, empieza a entrecerrar los ojos, como queriendo enfocar con la mirada lo que se empieza a amontonar en la pared. Y parece que lo consigue. Después de horas de discusión comienza a formarse un cierto código de representación visual que sólo los participantes conocen y comparten.

Es momento para una segunda salida: fotografiar la ciudad desde ese nuevo código.

El resultado, mañana después del café.

Primer día: Los grandes se hacen experar.

10 am. El vuelo de Adam Broomberg llega con retraso. (Oliver se incorpora el jueves). Los grandes se hacen esperar. El grupo de fotógrafos españoles e internacionales aguardan ya su llegada en el siempre inquietante edificio de Tabacalera, en Madrid.

No defrauda. Arrancan con un inquietante ejercicio de relajación y enseguida entran en faena.

Cada uno de los y las participantes adopta la personalidad y el estilo de un artista ficticio inventado por alguno de sus colegas. Varias horas fotografiando y recolectando imágenes, por Madrid o desde sus ordenadores. Los resultados empiezan a cuestionar el lenguaje fotográfico personal.

Una pregunta empieza a plantearse: ¿se puede ser transgresor hoy en día?…