La octava edición de Fiebre Festival se ha convertido en un encuentro virtual en el que se ha tirado de nuevas tecnologías para combatir los efectos de la pandemia. Resultado: el mercadillo de libros prescinde de la caña y tapa post compra de fotolibro para lograr un festival con traducción simultánea con aires de Eurovisión y carrito telemático. Una crónica (sin salir de casa) de Roberto Villalón.
En alguna ocasión he llamado a la nueva ola fotográfica, que empezó a despuntar hace más o menos diez años, la generación Juan Palomo (al aire), por el “yo me lo guiso, yo me lo como”. Si no había escuelas que respondieran a sus inquietudes, ellos las creaban. Que no había editoriales, también. Que no había expos, pues se inventaban sus propias formas de difundir su trabajo. Que los festivales sólo contaban con los grandes nombres de la fotografía (roderos, alixes, madoces y similares), ellos crearon sus propios encuentros.
Eran, o somos, especialistas en hacer de la necesidad, virtud. Bajo aquel caldo de cultivo, cobijados por la entonces escuela-colectivo BlankPaper, nació hace ya 7 años Fiebre. Han pasado muchas cosas desde entonces. Algunos de aquellos indis (como los musicales) de la movida fotográfica ahora sacan temas con las grandes editoriales y las instituciones los premian y les ofrecen exposiciones monográficas. Otros abandonaron desesperados sus instrumentos, hartos de seguir intentándolo. Y muchos otros siguen esperando a que sus creaciones lleguen al gran público y sonar en Los 40 fotográficos.
Fiebre no ha sido ajena a los cambios. De feria a festival, de fotolibro a photobook, desde aquella aula (ahora desaparecida), a una sede cedida por la Comunidad de Madrid, de los MOB (Miren Pastor, Olmo González y Bonifacio Barrio) a MOD (Daniel Mayrit como nuevo refuerzo). Y cuando parecía que llegaba la ansiada estabilidad de la madurez, cuando en la despedida de la pasada edición no aparecía la sombra del “¿será la última?” a empañar el momento, precisamente cuando parecía que ya teníamos el árbol crecidito, llegó el alud.

Si hay algo que hace especial al fotolibro es su carácter analógico. Es, en parte, una reacción al consumo constante de imágenes digitales. Vemos cientos, miles, a través de nuestra pequeña pantalla en cada tiempo muerto, y en modo multitarea. Entonces, ¿tiene sentido un festival de fotolibros si no puedes tocarlos?
Ya os digo que daba por hecho que se cancelarían la mayoría de los festivales programados o resituados en otoño. Y si de alguno lo tenía claro, era de Fiebre. Los libros están a la venta todo el año. Pero vamos a Fiebre a verlos, a tocarlos. Sobre todo, a conocer todos esos que no vamos a comprar. No todos somos la Cendoya. [Aprovecho esta pausa para proponer unos VERDADEROS premios al fotolibro, no como otros que dan por ahí algunos festivales con el mismo amor con el que organizan tantas cosas].
También vamos a vernos las caras. A animarnos un poco. A contagiarnos de la perseverancia de los que no se rinden y del entusiasmo de los que empiezan. Ese rollo gregario que todos necesitamos para sentir que no estamos tan locos. Aunque lo que hagamos le importe a la mayoría entre poco y nada. Supongo que como en las quedadas de los que coleccionan mecheros o los aficionados a las recreaciones históricas de la Revolución Francesa.
Pero no. Resulta que Fiebre sí se ha celebrado. La generación del Plan B ha demostrado que casi funciona mejor cuando no le ponen las cosas fáciles. Si el año pasado la edición combatía el mal de altura, esta ha habido que superar el realismo Covid. Y lo que era un problema, lo han convertido en ventaja.

Fiebre ha sido (y es, porque ahora lo puedes ver en su canal de Youtube como si una serie de Netflix se tratara) un festival multipantalla. Un festival eurovisivo, con conexiones en directo en los distintos puntos donde se realiza la acción. También multiidioma, con las traducciones simultáneas de Mayrit al inglés.
Han faltado vestidos de lujo y noche, lentejuela y brilli-brilli, al menos para la gala inaugural y la de cierre. Para la próxima edición propongo cromas que sustituyan las librerías de fondo por las que han optado la mayoría de los participantes, por grandes platós televisivos, con muchos leeds, y animaciones digitales, que le den a todo una mayor sensación de espectáculo internacional. Y quien sabe, hacer una votación del premio a la mejor maqueta con conexiones en directo. Nos consta que Sonia Dalpine Berguer tiene muy buen francés: Guyominí dua puá.
Este año Fiebre estrenó diseño. Su pastilla, ahora galáctica, era el distintivo en su plataforma digital desde la que se han ido emitiendo las diferentes actividades. De esta manera, no sólo han podido formar parte del festi aquellos que pueden desplazarse hasta Madrid, sino que ha podido ser un encuentro realmente multinacional, con gran variedad de actividades.

Lo mejor para comprender el funcionamiento del festival es ver la introducción que Miren, Olmo (con la cama del hospital aún caliente, que ha estado muy malito) y David nos hicieron sobre el funcionamiento de las actividades y, especialmente, de la feria.
El Bookmarket se abrió el viernes. Y bueno, no hemos podido manosear los libros puesto por puesto. Pero hemos tenido unas mesas virtuales donde los editoriales y autopublicantes han “colocado” sus ejemplares para poder ser contemplados por los visitantes. Cada mesa contaba con información del vendedor (fotos, forma de contacto, historia…) Y clicando en cada libro podíamos ver fotos, vídeos y descripción de la publicación, así como las opciones de añadir al carrito o guardarlo como favorito en nuestra lista de deseos.
Para ayudar a decidirse había un apartado de Curated en la que aparecen las recomendaciones de Javier Pérez, Gabriela Cendoya o Gonzalo Golpe. Igual que los Parnerts. Nosotros mismos hemos hecho una lista con aquellos libros que conocemos y nos gustan. Pero todo el mundo puede compartir su listado de favoritos. Los compres o no. Vamos, que todos podemos ser popes de la fotografía y hacer nuestras propias recomendaciones.
Por supuesto, podéis comprar libros. Es más, hasta el 31 de diciembre estará abierta la feria. ¡Estas navidades regala fotografía!
Pero aquí hemos venido a hablar de vuestros libros. Y abrieron el fuego David García (‘El Paseo’) y Pablo Castilla (‘Costa Tropical’), los dos primerizos, arengados por Jesús Micó, quien aprovechó para anunciar que Fuego Books será la nueva editorial que publique el proyecto ganador del concurso Fotolibro<40 de la Comunidad de Madrid.

Los autores hablaron de sus trabajos, ambos relacionados con el terreno, el lugar. Bien como depositario de memoria oculta y escondida (y sus silencios) desde lo personal a lo general, o del presente (extraño o extrañado, pero basado en hechos reales) desde la mirada del que tienes sus raíces allí, pero sus ramas lejos.
Tomaron el relevo Gloria Oyarzabal (‘Woman Go No´Gree’) y María Primo (‘El libro de arena’) con Fosi Vegue animando la conversación. Trabajos sobre la mirada blanca, colonial y con sesgo de género en la representación de África (con Mali como referencia) frente a su propia representación, o nuestra relación sobre la frontera que establecemos con ese continente y lo que nos llega de él con una duna como metáfora. Y desgranaron cómo llegaron a fotolibro sus respectivos proyectos.

Julián Barón (‘El laberinto Mágico’) y Cayetano Bravo (‘Genealògic’) contaron con Lidón Forés como animadora de la conversación. La historia que se ficciona y que sirve como forma de entender el pasado, por un lado, y un libro que aún no se ha publicado (comienza ahora una campaña de mecenazgo) sobre su relación con la vida del campo y su familia con la naranja como símbolo. También desvelaron sus formas de tratar de ser libres a la hora de contar.

Juan Valbuena (‘Donde doblan los mapas’) y Marta Soul (‘Tras las huellas de Corín’), con Sandra Maunac como crupier. Un repaso sobre los prejuicios y la misoginia en la sociedad con Corín Tellado como excusa en el caso de Marta y un trabajo de investigación sobre las raíces ligadas a un espacio en el caso de Juan. Los dos han desvelado también la importancia del archivo y el álbum familiar en su proceso de trabajo.
Jon Cazenave (‘Galerna’) y Ricardo Cases (‘Estudio elemental del Levante’) disfrutaron de Sonia Berger como jefa de pista. Ambos destriparon el largo de proceso de cocinado de dos trabajos muy vinculados a los territorios de los que hablan, moldeados con la tierra que retratan y la toma de posición a través de sus trabajos.
Paco Gómez (‘Wattebled’) y Laura C. Vela, Helena Goñi y Laia Sabaté (‘Las cosas simples’) jugaron un partidillo arbitrado por Iván del Rey de la Torre. Dos libros que combinan textos y fotos, con distintas maneras de compartir la autoría y distintas relaciones entre palabra e imagen. Desde el archivo encontrado y la investigación posterior, o desde la suma de ingredientes para realizar un nuevo proyecto. También las diferentes motivaciones que nos llevan a crear un libro.

¿Y tú ya has publicado el tuyo? ¿No? A ver, yo tampoco. Pero si te pica el gusanillo (creo que nueve meses después de cada Fiebre nacen nuevos fotolibros) no debes perderte la charla que tres grandes como Verónica Fieiras, Alejandro Cartagena y Cristina de Middel, autoras y editoras con trabajos más que reconocidos que, además de ofrecer un taller durante el festival, explicaron su manera de entender la edición.
“Forma de poner orden y construir la frase, como autora. Ocuparse del aspecto técnico que hay detrás de un libro para conseguir que los libros lleguen a las estanterías” (De Middel).
“Es la etapa del trabajo en la que tomas decisiones (secuencia, puesta en página, formato, escalas) que le dan sentido a lo que quieres que el proyecto diga y le dan voz a tu idea original” (Cartagena).
“Intentar inyectar un estado en el espectador. Y generar un mapa de estímulos que representan ese trabajo” (Fieiras).
Con debates como si delegar o no, la validación externa, la obra compartida frente a la autoría única… Crearon un diálogo en el que tres formas muy diferentes de trabajar llegan a una conclusión: no hay una única fórmula.
Michael Mack, de la prestigiosa editorial Mack, compartió los procesos y formas de proceder desde su sello y cómo han afrontado sus últimas publicaciones, marcadas por la pandemia. Los desafíos que han tenido que resolver y lo que han supuesto los cambios de rutinas impuestos por las limitaciones sanitarias.

Este año el Encuentro Profesional ha recordado la figura del sorprendente y siempre moderno trabajo de Jorge Rueda con el título ‘Sobre libros y catálogos’. Con intervenciones de Julián Barón, Lucía Osuna y Jaime Narváez que nos ayudan a conocerlo. Director y fundador de Nueva Lente, también de Aquí Imagen, reportero gráfico de Ruedo Ibérico y autor de multitud de publicaciones, este encuentro ha tratado de poner en valor y visibilizar su trabajo. Gracias a su trabajo se hace un recorrido de 40 años de la fotografía en España.
Posteriormente se pudo disfrutar de la mesa redonda en la que se recordaron muchas anécdotas que ayudan a entender la forma de entender la filosofía de Jorge Rueda como creador, de la mano de Rocío Gutiérrez, Carlos F. Villasante, Montserrat de Pablo, Félix Lorrio y Sonia Berger.
Tampoco se quedó corto de filosofía particular la demostración en vivo sobre serigrafía de Julio Cubillos. Impresión y “coach” vital por el mismo precio. Aprenderás a combinar arte y trabajos “donde está la pasta” sin que se te caigan los anillos.
Y con Rubén H. Bermúdez aprendimos a convertir un fotolibro en una película. Y tal y como él lo cuenta, resumiendo un poco, sólo hay que ganar una beca, compartir la autoría y dedicarle un rato al montaje. Seguimos sospechando que Móstoles es un barrio de Bilbao.
El ya tradicional bookjockey este año subió un peldaño en su complejidad volviéndose una sesión calideoscópica y performativa con la participación de Laura C. Vela, Miguel Aparicio y Xirou Xiao. Sonido, luz y color.

Juan Orrantia pudo compartir cómo utilizó ese color como estrategia narrativa, alterándolo, seleccionándolo, tanto en sus imágenes como en el formato del libro para generar nuevas lecturas. El color como forma de separar la imagen del documento objetivo. El color, su estándar, su reproductividad, su registro, como elemento político, con su ‘Like Stains of Red Dirt’, realizado en Sudáfrica, como ejemplo.
Precisamente este libro fue el ganador del concurso de maquetas del año pasado. Pero su corona ha pasado ahora a ‘Alerta Mira-Sol’, de Blanca Munt Aguilar, un trabajo sobre el miedo colectivo, la sensación de inseguridad ciudadana y la responsabilidad individual y colectiva en la difusión de los comportamientos sociales. También sobre las nuevas formas de comunicación como las redes sociales o aplicaciones de mensajería.
Al igual que los miedos, las ilusiones compartidas también se contagian sin problemas gracias a las nuevas tecnologías. Claramente Fiebre ha abierto un nuevo camino para contagiar el amor por el fotolibro para el que parece que no hay vacuna posible. Porque cuando una canción es buena, traspasa cualquier pantalla.