en El SCAN Tarragona ha llegado a su X edición y sigue empeñado en ser un festival de referencia y en seguir dejando huella. Un año más, Clavoardiendo ha participado su fin de semana inaugural y te trae esta crónica de Roberto Villalon.

Hay muchos festivales de fotografía. Bueno, en realidad, no tantos. Pensad por ejemplo en cuántos hay de cine (y los presupuestos que se gastan) y los de fotografía son muchos menos. Bueno, hay unos cuantos, repartidos por el estado, con más o menos gracia e interés. Pero una cosa es evidente, pocos con la trayectoria y el prestigio del Scan Tarragona. Un festival que revivió la pasada edición y que se mantiene como referencia nacional también en esta nueva etapa.

Esta segunda edición de la nueva “era”, bajo la dirección de Jesús Vilamajó, expande su programación con diferentes actividades y exposiciones desde octubre a febrero. Y lo hace buscando un lema que vertebre un discurso, una reflexión general. Algo que es muy de agradecer. Porque no se trata tanto de ver foto (que vemos miles al cabo del día), sino de darles contexto y sentido. El año pasado el paraguas temático fue la “Guerra” (desgraciadamente, podría haberse repetido el lema este año sin problema) y esta edición “Trazas”. Pocas palabras pueden guardar más relación con la propia fotografía, que en mayor o menor medida es huella de algo que fue, aunque sea otra imagen anterior.

El podcast oculto

El festival comienza con su fin de semana grande, el del encuentro. En el que se convoca a artistas, comisarios y comisarias, artistas, galeristas, editores y editoras… Esta vez con una novedad: ya no eres nadie si no tienes un podcast. Y el Scan no iba a ser menos.

Conducido por la comisaria Alexandra Laudo, el festival comenzó con la grabación del primer episodio de Òcul, que así se llama el podcast, que tuvo como protagonistas a dos de las personas más influyentes del panorama nacional de la actualidad, Joan Fontcuberta (uno de los fundadores del Scan) y María Santoyo (nueva directora de PHotoEspaña).

Dos personas brillantes, de verbo fluido, que conversaron sobre la fotografía como esa huella que permanece, desde los usos del archivo a los restos que de «verdad» puedan quedar en las fotos, de las emociones que volcamos en las imágenes a las inteligencias (artificiales o no) que las crean, o de la mirada más allá de la técnica.

Habrá más capítulos que se irán colgando, junto a este primero, en plataformas y las webs de Tarragona Ràdio y del propio festival.

Talento latente

Y tras ello, la inauguración de uno de los platos fuertes del Scan, el Talent Latent. Durante muchas ediciones fue una especie de toma de pulso de la fotografía emergente del momento. Pero desde la pasada edición se seleccionan los trabajos mediante convocatoria abierta y bajo el lema de ese año, lo que abre las posibilidades de formar parte de la exposición.

Este año, además, Érika Goyarrola ha tomado el relevo de Sema D’Acosta como comisaria de la exposición, seleccionando 10 trabajos entre los 350 recibidos, agrupándolos bajo el título ‘Trazas de luz. Memoria de la imagen fotográfica’. La fotografía como herramienta para desvelar los recuerdos y mostrar sentimientos. El poder de la imagen para contar o revisar lo que fue, preservar la memoria y generar emoción.

La muestra, que ha vuelto a Tinglado 2, un espacio impresionante junto al puerto custodiado por yates de lujo, se divide en tres apartados. El primero trata de hechos históricos que han sido negados, olvidados, silenciados o simplemente obviados. 

Comienza con un reportaje en blanco y negro de Mauro Saravia que documenta en ‘Lupi Belarra’ las aperturas recientes de fosas comunes de víctimas del franquismo en Euskal Herría, la recogida y análisis de los restos y la entrega posterior a sus familiares.

© Ainhoa Resano

Por su parte, Ainhoa Resano nos trae ‘Ellas’, recuperando la memoria y la figura de mujeres que vivieron y viven en una de las zonas más degradas del centro de Bilbao, calles vinculadas a la prostitución, las drogas o la inmigración antes de ser sometidas a un lento proceso de gentrificación, a la sombra del Guggenheim. Una recopilación de imágenes obtenidas de sus archivos personales, objetos íntimos como reliquias que resumen vidas muy duras de personas humildes que hasta ahora han sido ignoradas, cuando no despreciadas. Una de las cosas que más me gusta de este proyecto es que ha trascendido el mundo fotográfico para crear talleres y lugares de encuentro para sus protagonistas y ha servido para reivindicar y visibilizar sus historias en su propio entorno.

La actualidad está presente con el trabajo de Mahmoud Alhaj con ‘24/7, Violence’, que recurriendo a imágenes de Google Maps, recreaciones virtuales, material de archivo israelí y del propio autor, habla del genocidio lento (ahora acelerado) del pueblo palestino por parte de Israel en la Gaza de la que es originario su autor.

Una vez más, trabajos como este me llevan a pensar sobre la dificultad de hablar desde la fotografía de temas tan duros y violentos como el que vive Alhaj y el difícil equilibrio entre el fotoperiodismo más morboso y las expresiones artísticas más asépticas. ¿Cómo se documenta una guerra o una masacre? Sigo sin saber la respuesta.

La segunda parte de la exposición pone el acento en el pasado, en la historia o en las leyendas, revisándolas desde el ahora. Por un lado, las enigmáticas imágenes de un pueblo que quiso borrar su pasado en ‘Un río sin puentes’, de Andrés Solla. Se trata de una serie realizada en un pueblo alemán que vivió el suicidio colectivo de muchos de sus habitantes al final de la II Guerra Mundial, ante la inminente llegada de los aliados, por la vergüenza y la culpa tras el “delirio colectivo” del que habían sido cómplices, convirtiéndose en un tema tabú entre sus habitantes, pero que se sigue viviendo de manera soterrada. Otra serie que puede ser un espejo no previsto de nosotros mismos en el momento actual.

Sobre cómo el pasado puede ser una ficción que imponen los poderosos y cómo el arte, la “cultura” y la propia fotografía han sido (y son) herramientas para crear relatos falsos a su servicio, trata el trabajo de Gloria Oyarzabal. Una instalación titulada ‘Usus fructus abusus’ se centra en el papel de los museos que, bajo la excusa de la conservación y difusión, han expoliado bienes culturales, ridiculizando incluso esas mismas culturas y creando discursos colonialistas, promoviendo y construyendo las jerarquías y desigualdades que luego justificaban la explotación de los pueblos no europeos.

© Albert Bardina – SCAN Tarragona

Las leyendas son uno de nuestros bienes culturales y en este caso Alejandra Vacuii se centra en la de la Santa Compaña, una de las más conocidas y arraigadas en Galicia. ‘Andad de día que la noche es nuestra’ es una revisita de este relato tradicional, recreándolo desde una estética actual.

El trabajo de Mar Flores Flo viene a ser un puente con la tercera parte de la exposición que hace referencia al recuerdo personal, las emociones íntimas, el álbum que nos configura. En este caso de ‘Inner Nights’ nos muestra paisajes que evocan soledad, nostalgia, finitud, pero que en ralidad esconden la huella del pasado, pues son restos de bunkers de la II Guerra Mundial.

Pedro Muñoz Fumero tira de archivo familiar para recordarnos otra guerra que aún no está ganada. En ‘Corren malos tiempos para mí’, recuerda la figura de su tío que fue víctima del sida y del estigma que aún lleva aparejado el VIH. Cuando casi hemos olvidado (o queremos olvidar) la última pandemia, es interesante recordar aquella que cambió el mundo en los 80 y la ola reaccionaria que la acompañó (y de la que todavía no nos hemos desprendido).

© Vanessa Roca

Contrasta con el trabajo de Vanessa Roca, ‘Never Neverland’ y esa nostalgia prematura de una juventud que nunca se acaba, viviendo un erasmus permanente ante el miedo de que, en realidad, no haya futuro y de que el mundo adulto sea finalmente una estafa. Había visto esta serie en otros festivales, pero en el Talent luce como nunca. También había visto muchos trabajos similares, pero pocos con la fuerza de los retratos que tiene este.

Más nostálgica aún la instalación de Diego Ballestrase en la que recupera los paisajes a los que sus padres, primero, y luego la familia completa, viajó realizando así ‘El tercer viaje a Chápelo’, esta vez un viaje emocional.

Contacto con tacto

Una de las cosas que tiene el Scan es que tiene de todo. Fideuá, vino, risas y hasta DJ. El ambiente propicio para hacer corrillos, actualizar agendas y comentarse las últimas derivas vitales. Algo parecido a lo que se hace al día siguiente, pero ya de forma oficial. De eso trata el Full Contact, el encuentro entre artistas y agentes (a falta de otra palabra mejor) del mundo de la fotografía.

Doce mesas con doce causas, trabajos seleccionados por Semíramis González y Frederic Montornes en los mejores visionados (no me canso de repetirlo) del panorama festivalero estatal. 

© Helena Costa – SCAN Tarragona

La variedad era lo más llamativo. Marcos Rico, Florencia Gonzalez di Niro, Lydiology, Franka Potemkin, Ignasi Prat Altamira, Elena de la Rúa Rodríguez, Edra Galzeran, Daniel Lovi, Alba Serra Ferrer, que nos trajeron temas como la lgtbifobia, fantasmas familiares, la finitud de los cuerpos, el declive de la minería, «colores» que se heredan, masías imaginadas, paseos familiares virtuales…

Quiero hacer especial mención a tres trabajos. ‘Una piel destruida’, del peruano Enrique Pezo Gómez, que aborda el impacto de la explotación del caucho en las comunidades indígenas del Amazonas utilizando unos recursos visuales y metafóricos que me cautivaron.

‘Kiss’, de Marina Bobo Marco, que acaba de tener el honor de ser elegido el Kursala nº 100. En este caso me llama la atención porque me vuelve a cuestionar sobre cómo debemos tratar visualmente temas como la violencia de género o la violencia vicaria y lo resbaladiza que puede ser la estetización de estos asuntos. El debate sigue en mi cabeza.

Y sobre todo ’Riturné’, del italiano Mauro Curti, por la sencillez y delicadeza de su fotografía. En ocasiones nos empeñamos en sobreconceptulizar, justificar y cubrir de capas las imágenes, desarmándolas de su capacidad para evocar emociones, olvidando que muchas veces sólo hace falta acudir a la «simple» fotografía para contar algo y llegar a quien lo ve.

© Elena de la Rúa

Aún queda festival

No hemos tenido la suerte de disfrutarlas, pero el Scan va dosificando sus actividades a lo largo de los meses con distintas exposiciones como ‘Pol·lucions’ de Onofre Bachiller, La dramaturgie des objets’, de Jean-marie del Moral, la colectiva ‘Retorno de lo intangible’, ‘Riquesa fictícia i falsa prosperitat Imatges d’economia de postguerra’ de Josep Ornosa,5.038’ de Laia Alber, ‘Dolores enterrados: los males de otra pandemia’ de Àgeda Sanfiz, ‘Huellas de Tarragona’ o ‘This Story Will Never Get Finished’ donde los fotolibros que hablan de alguna manera del Mediterraneo son los protagonistas.

Y además hay que sumarle los talleres y conferencias, con Gervasio Sánchez, Alba Rodríguez, Dani Pugalte…

La fotografía no necesita de festivales para existir, ni mucho menos para ser vista. La fotografía existe, se comparte, se acumula. Está por todas partes. Como pasa con la vida. Respiramos, vivimos, hacemos cosas, muchas veces sin saber muy bien cómo. Con nuestros traumas, nuestros recuerdos, nuestras cicatrices, momentos que nos van dejando huella. La paradoja es que para conseguir experiencia no basta hacer o repetir una acción. Para aprender es necesario reflexionar sobre ello. Pues lo mismo pasa con la fotografía. No es cuestión de cantidad. Por eso hacen falta festivales como el Scan, que la conecten con el mundo, con la vida. Más allá de modas, virales o propagandas mediáticas. Porque no basta con hacer o ver fotos. Es necesario reflexionar sobre ellas. Y, solo así, la fotografía deja huella.