Los fotógrafos son gente extraña

Uno no se da cuenta lo delicado que es que te firmen un libro hasta que le pides a un fotógrafo que lo haga. Y es que, aunque parezca mentira, los fotógrafos se desnudan cuando dedican sus libros. Según lo que te escriban, así sabrás si son amistosos, déspotas, tímidos, creídos, inseguros o echados para delante. No es lo mismo poner “con cariño”, que escribir “gracias por la aportación monetaria”. No tiene nada que ver dedicar con “espero que te lo disfrutes”, que hacerlo con “te llevas una auténtica joya”. Es totalmente distinto escribir “seguro que te será útil”, que poner “a ver si aprovechas algo”. Suena de una manera muy diferente estampar “agradeciendo de corazón tu confianza”, que anotar de forma apresurada “gracias” y firmar debajo. Uno no siente lo mismo cuando le dedican un libro poniendo “te deseo lo mejor en tu carrera fotográfica”, que cuando lo hacen con “ya sabes dónde estoy…”.

Es innegable que hay fotógrafos que te abren su alma cuando les pides una rúbrica y hay otros que parecen que te están perdonando la vida. Hay quienes te sonríen con el placer de quien está viviendo un momento importante, y hay quienes firman con cara de estreñimiento hasta que finalmente se termina la cola. Los hay que preguntan por tu nombre y cómo deseas que te lo dedique, y los hay que te preguntan el porqué de haber comprado solo uno. Sé que suena exagerado, pero mi experiencia con algunos fotógrafos no ha sido precisamente el típico encuentro cordial entre el maestro sabio y afable y el admirador receptivo y voluntarioso.

Una vez, de hecho, compré un ejemplar de un diario de un fotógrafo y antes de la firma le comenté al autor –así, dejándolo caer– que no me gustaban las obviedades de todo a cien, que hiciese el favor de no poner lo primero que le viniese a la cabeza pues no soportaba las palabras huecas, que tuviese un poco de imaginación (que para eso hablaba de creatividad) y que, por supuesto, escribiese algo original sin caer en los tópicos de siempre. Me lanzó una mirada de esas que te fulminan en el acto y escribió: “que el próximo fotógrafo te aguante la empanada”. Firmó debajo, me lo entregó sin levantar la vista y dijo sin titubear: “que pase el siguiente, por favor”. Así, como en la pescadería.

Desde entonces mandó a mis amigos para que les firmen los libros. Paso de aguantar a engreídos impacientes.