Los fotógrafos son gente extraña

Los fotógrafos, admitámoslo, son seres maniáticos. Éste de la foto, por ejemplo, se pasó dos años fotografiando cañones y grutas. Según él, las simas oscuras y húmedas constituyen una metáfora perfecta del alma humana. Un alma llena de sombras a la que de cuando en cuando llega un rayo de luz que la ilumina y que nos deja entrever eso que llamamos felicidad. En fin; él se empeñó en captar esos momentos “iluminadores” que convertían, aun por un instante, muchos de esos cañones en espacios menos oscuros y algo más agradables.

Hay fotógrafos que retratan carreteras que no van a ningún lado como símbolo del propio viaje vital de cada persona; un trayecto que, a veces y sin desearlo, parece no ir a ninguna parte. Los hay que fotografían setas, tornillos, paredes desconchadas, ancianos aburridos, nubes solitarias, plantas secas o paisajes yermos y abandonados. Los hay que se tiran meses metidos en un geriátrico para retratar la decadencia del ser humano. Hay quienes son capaces de recorrer doce mil kilómetros en moto (y en la parte de atrás del asiento) para entender lo que sienten los Hells Angels. Incluso hay reporteros que caminan a pie alrededor del monte Kailash, en Tibet, a cinco mil metros de altura, para empaparse de la religiosidad de ciertas etnias. Sé de alguno que ha fotografiado su cara los 365 días del año durante veinticinco años seguidos.

¿Pero qué le pasa a esta gente? ¿Es que no saben utilizar la cámara para captar las cosas que fotografiamos las personas normales? La comunión del sobrino, una cena entre amigotes, los ligues del fin de semana, un atardecer glorioso, tu hijo comiendo a dos carrillos, el coche recién estrenado o la familia en Nochebuena. Se pensarán que así son más artistas; que son más eruditos e inteligentes. Se pensarán que de esta manera se alejan de los demás, que –seguro que lo piensan– somos triviales, zafios, horteras y anodinos. En realidad, lo que pasa es que son más raros que un perro verde y les cuesta admitirlo. Normal; ¿quién quiere reconocer que está mal de la chaveta? Pues nadie. Yo, desde luego, desconfío de ellos. Me dan mala espina, no me transmiten buenas vibraciones, hablan de cosas extrañas y están llenos de manías absurdas. Un consejo: si pueden, eviten su compañía o terminaran haciendo cosas raras.