El XIX Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín, que organiza la Fundación Santa María bajo la dirección de Gervasio Sánchez y Sandra Balsells, se ha celebrado a mediados de octubre en la bella ciudad medieval de la sierra turolense. Una edición anticipo de la que será la gran celebración que tendrá lugar el año que viene. Ponencias a cargo de perfiles tan dispares como la recientísima Premio Nacional Montserrat Soto, el retratista Jean Marie del Moral o la fotógrafa de bodas Rocío Vega. Además de exposiciones, talleres y, por supuesto, sus visionados y sus becas, que han distinguido a Pepe Guinea con la DKV. En momentos inciertos para la profesión, Albarracín sirve de punto de encuentro para fotógrafos y fotógrafas de toda condición. Allí estuvo Roberto Villalón para contar qué se vivió durante el día y se intuyó por las noches.

Albarracín es un sello en tu pasaporte, una cinta de tuno, una medalla militar. ¿Es tu primera vez? Pues sí, es mi primera vez. El Seminario de Fotografía y Periodismo es todo un clásico de los encuentros fotográficos que proliferan por todo el país, pero pocos tienen la tradición y el prestigio del que se celebra desde el año 2.001 en este hermoso pueblo (con título de ciudad) de Teruel. Los que nos movemos en Madrid y Barcelona tenemos cierta facilidad para encontrarnos entre nosotros, para llegar a ciertos nombres y contrastar nuestro trabajo. Pero Albarracín se ha convertido en el lugar donde acudir, sobre todo, si no tienes esa posibilidad. Es nuestra Meca.

No en vano la organización saca pecho por la cantidad de nombres que han pasado hasta ahora por ahí, tanto como ponentes como “alumnos”. Casi todo el panorama de la fotografía.

Para mí era toda una responsabilidad debutar como asistente. En primer lugar, porque Gervasio Sánchez, que codirige el seminario con Sandra Balsells, es todo un referente para mí. Yo vengo del fotoperiodismo, trabaje en prensa durante bastantes años y decir Gervasio es para muchos de nosotros hablar de profesionalidad, sentido crítico y coherencia, que no siempre se da en este mundo. No soy nada “chico fan”, pero el ‘Vidas Minadas’ de Gervasio es de los pocos libros que me compré cuando empecé en esto del periodismo hace muuuuchos años y que tengo firmado por su autor. 

Vencidos los miedos, y ya en el autobús en el que nos dirigíamos desde Madrid los “seminaristas” de este año, me tocó escribir la noticia de que Montserrat Soto, que abriría las ponencias la mañana siguiente, era la nueva flamante Premio Nacional de Fotografía 2019. Me consta que muchos en ese autobús no la situaban, y yo mismo tenía referencias difusas sobre ella, más allá de una exposición en la que participó en PHotoEspaña hace dos años. Ese es el gran valor que tiene para mí Albarracín, la variedad en la que se entiende la fotografía por parte de los invitados en cada edición. La capacidad de integrar que tiene el festival.

© Rubén Vicente

Me sorprendió ya desde la primera noche cierto aire de desánimo en los asistentes por considerar que estos encuentros estaban empezando a decaer. Menos asistentes y menos “estrellas” entre los elegidos para su programa. Y cierta queja por no ser grandes nombres del fotoperiodismo. En cambio, para mí es todo un acierto la capacidad que tienen este seminario para abrirse a todos los campos de la fotografía. De mostrarnos que, si algo necesita nuestro mundillo, y el fotoperiodismo en particular, es autocrítica y conocer otras formas de contar, otras miradas, que en muchas ocasiones son tan ricas e interesantes como puedan ser las de reporterismo tradicional.

En el Bar Molino del gato, El Gato para todos y sede no oficial de festival, pude sentir ese pesimismo que me estoy encontrando en todos los foros fotográficos. Parece que hay cierta sensación de derrota en el ambiente. Una vez más suena esa duda sobre si el oficio es viable económicamente o si todo depende de heroísmo y vocación. Me sorprendió descubrir trazas de “talibanismo” respecto qué es “fotoperiodismo” en algunos de los más jóvenes. Puede que yo esté demasiado contaminado, pero precisamente eso es lo que me más me ha gustado de Albarracín, el amplio abanico de fotógrafos de “oficio” que han sido ponentes en esta edición, y me consta que también en otras. El mismo Gervasio me lo comentaba una vez en una entrevista: “Yo he invitado a mucha gente que jamás me invitaría a sus festivales”.

© Rubén Vicente

Albarracín tienen una programación exigente. Las mañanas están dedicadas a las ponencias, donde los invitados por la organización realizan un repaso sobre su obra y su manera de vivir la fotografía. Las tardes se dedican a los talleres que se ofertan a los asistentes y a los visionados de los trabajos de los alumnos. Y antes de cenar, hay sesiones de proyecciones donde se ven los trabajos en curso de los becados en la anterior edición, que han de presentar proyectos inéditos, y los de los ponentes de ese mismo año, además de los distintos homenajes que el festival programa a fotógrafos que han pasado en alguna ocasión por Albarracín. Hasta ahí el programa oficial. Pero no menos importantes son las noches en el bar que antes mencionaba, donde intercambiar opiniones, mostrar trabajos de manera informal y, sobre todo, arreglar el mundo o quejarse de él al calor de unas cervezas. 

El seminario es como una especie de campamento militar. Hay muchas actividades que cumplir, exigentes. Y Gervasio pastorea a los asistentes para que den la talla. Mi primera noche fue para ponernos cara. Disfruté la divertida conversación de Montserrat durante la cena. Tienen un aire despistado que puede llevar engaño, pues es una mujer con las ideas muy claras. Con una obra más que interesante e inteligente. Abordando temas que nos afectan y que en muchas ocasiones explora el documentalismo fotográfico, pero utilizando estrategias diferentes.

© Roberto Villalón

La primera mañana, el encargado de abrir las ponencias fue Jean Marie del Moral, francés hijo de exiliados españoles republicanos, que actualmente reside en Mallorca y que ha fotografiado por todo el mundo y para publicaciones internacionales a algunos de los artistas más importantes de panorama internacional: Miró, Saura, Roy Lichtenstein, Robert Motherwell, Antoni Tàpies, Antonio Saura, Julian Schnabel, Pierre Soulages, Zao Wou Ki, Miquel Barceló, Esther Ferrer…

Nos habló de su manera de retratar, de sus estrategias. “El retrato no existe, sólo se fotografían fantasmas”. Nos habló de esos pequeños detalles que hacen que sus retratos sean suyos y cómo al fotografiar a alguien es imposible abordarlo completamente, sólo reflejamos una imagen, un espectro. 

Curiosmente puso en valor su timidez como parte del ritual para hacer un retrato. Y destacó una idea que hay que tener muy presente: “Hay fotografías que gritan demasiado”. 

Montserrat Soto le sucedió en la tarima como si el Premio Nacional ya hubiera caducado. Como si nunca se lo hubieran dado. Y fue desgranándonos su obra, su manera de enteder el arte y la fotografía, y el poco tiempo que le dedica a todos aquellos que no crean que los suyo sea foto. Personalmente deseo que hagan premios nacionales a fotógrafos forenses, de carnet, científicos o de atestados, e incluso a instagramers, para que entendamos que la fotografía es mucho más basta que esa reducida parcela que algunos parece que han heredado.

Soto, “exiliada” en un pueblito de Burgos, usa la fotografía. Y la instalación, el vídeo, la escultura, y lo que necesite para hablar del mundo, del los espacios de poder del arte, de lo ilegal, lo ilegal y lo permitido, la ciudad como discurso político, el centro y la periferia, lo histórico y la Historia, la memoria mediante el archivo y su manipulación… “Antes de expresarte en el mundo del arte, hay que saber qué decir y cómo, tener una intención”. Soto nos planteó muchos interrogantes sobre el mundo que nos rodea y nos mostró cómo plantea visualmente sus dudas. Encontró soluciones que al fotoperiodismo le cuesta reconocer.

© Josep García

La mañana siguiente Jordi Bernadó nos desveló aquellas series que está desarrollando actualmente. El fotógrafo catalán tuvo una intervención muy muy divertida en la que nos mostraba sus retratos de gente que ha «cambiado el mundo» hechos con un solo disparo y de espaldas, otros pensados para la posteridad tras la muerte de los retratados, su divertido «rali fotográfico» por África, o sus lugares con nombres sugerentes de los Estados Unidos, gracias a lo que aprendimos que si un día nos ofrecen ponernos una calle o una placa por ser fotógrafos, elijamos la placa. Hay cosas que solo se entienden cuando te las cuenta su protagonista. Pero sobre todo nos abrió caminos para ser más creativos, para inventarnos nuevos caminos y mantener la ilusión por seguir haciendo fotos. 

Julio López Saguar, del que henos visto durante décadas anuncios televisivos de El Corte Inglés sin ser conscientes de ellos, ha sido un fotógrafo “aficionado” toda su vida de manera paralela a su carrera de realizador. Hizo un repaso de la misma junto a su evolución como fotógrafo. Destacó la importancia de los libros de fotografía para educar el ojo. “He leído mucha fotografía, ha sido fundamental para mí. He invertido mucho dinero y tiempo en formar mi biblioteca”. Y así fue inspirándose en los grandes, haciendo fotografía magnifica fotografía de calle y esperando a que el tiempo le diera su momento. Y nos emocionó con el breve homenaje que le hizo a su mujer. Nunca estamos solo cuando el camino es largo.

© Rubén Vicente

¿Una fotógrafa de bodas en Albarracín? Pues claro. Ya hace dos años pasó Victor Lax, que, como muuuchos fotógrafos tienen un pasado en prensa. Esta vez fue Rocío Vega, que quedó plata recientemente como mejor fotógrafa de bodas del mundo. Yo no sé si es que dormir poco (las noches, tan importantes en el seminario) me estaba afectando, pero gracias a la pasión y la implicación de Vega la emoción siguió creciendo. Nos relató cómo busca “momenticos”, instantes dentro de los momentos que hacen diferente una boda de otra. Mostró la importancia de saber para quién fotografías, qué deber recoger y saber tomar decisiones. “Todos nosotros tenemos una verdad, y las fotos están llenas de verdades”. Nos enseñó a contar historias, a resolver, a afrontar frustraciones. Y a ser valientes como ella.

El lunes fue la sabiduría de Carlos Cánovas la encargada de ilustrar a los asistentes. Sus primeras imágenes, sus primeras decisiones, sus primeras series, sus miedos, sus hallazgos. Su preocupación por el cambio, por la periferia, por los espacios perdidos. Controla todo el proceso fotográfico y entiende la toma de imágenes como una búsqueda mediante un ritual lento, muchas veces divertido y a la vez frustrante por la dificultad de llegar al punto deseado. Algo que calificó de “poético y patético”. “Tengo la obligación moral de hacer fotos resistentes. Al menos intentarlo”. 

Victoria Iglesias, especializada en retrato editorial, repasó algunos de sus imágenes más queridas y nos desveló divertidas anécdotas sobre cómo los consiguió, la técnica que utilizó o los trucos para ganarse al personaje. Gracias a ese talento para adaptarse a las circunstancias tiene un buen puñado de fotos muy representativas de grandes figuras culturales de nuestro país. Desde Camarón a Carmen Gaite o Sabina, pasando por Lou Red o Yoko Ono. Y lo duro que es a veces resistir en el oficio o reflejar el dolor más cercano con la cámara.

© Rubén Vicente

Las conferencias las cerró el martes Teresa Luesma de la Fototeca Provincial de la Diputación de Huesca, que nos mostró la labor de recopilación, conservación, catalogación y difusión que hacen del patrimonio fotográfico de la provincia y, sobre todo nos demostró cómio sin grandes presupuestos pero con amor y respeto por lo que se hace se pueden llegar a realizar actividades tan interesantes como han realizado y realizan desde ese archivo, incluido un festival de fotografía de una calidad que pocas veces se ve en este país. 

¿Y por las tardes siesta? No, padre. Por las tardes, visionados. Varias salas ocupadas por aquellos asistentes que quieren enseñar su proyecto junto a algunos de los ponentes y los becados en la edición anterior, que serán los que hagan la primera selección para los premios. Visionados donde los asistentes pueden intervenir. Lógicamente hay trabajos mejor que otros, pero es curioso ver cómo algunos repiten cada año, con el mismo o con diferentes proyectos. Los visionados “OFF” se hacen por la noche, en el bar, buscando otras opiniones, menos formales y más etílicas. A veces igual de válidas. 

© Rubén Vicente

Antes de cenar, tocan las proyecciones en la Iglesia de Santa María. La primera, una proyección con los nombres de TODOS los ponentes que han pasado por el seminario. Todos. El festival sacando pecho de cara a su XX edición. La verdad es que la lista es abrumadora, por la cantidad, variedad y calidad de los asistentes. Algunos acudieron en su día a enseñar su trabajo para ser ponentes más tarde.

En estas sesiones pudimos ver los trabajos inéditos de los becados el año anterior Elena Almagro, Joan Alvado, Wayra Ficapal, Jesús Montañana, Ignacio Navas, Telmo Sánchez, Ariadna Silva y Bárbara Traver, como los de José Juan Luque Aranda, Miren Pastor, Andrés Cobacho, Tatjana Schlör y Marta Pérez Civera, que lo fueron en 2011. Es muy interesante este “que fue de” en el que el que se invita a antiguos becados a contar en qué están metidos y cómo le ha ido.

Además, se proyectaron resúmenes con los trabajos de los ponentes y se homenajeó a Joana Biarnés, Manuel Falces, Leopoldo Pomés o Juantxu Rodríguez. Se evidenciaron dos visiones sobre cómo trasladar al formato audivisual la fotografía. Los jóvenes apostaron por piezas guionizadas y montadas (Áqaba Media estaba detrás de muchas, aquí hay nicho) frente a los mayores, en los que se secuencian imágenes acompañadas de música. El salto generacional es importante.

© Roberto Villalón

Durante el festival pudimos visitar la exposición ‘Lo que no se ve’, que luego itinerará por varias ciudades, de Jesús Montañana. Una serie sobre los crímenes machistas y una reflexión sobre cómo los tratamos en los medios de comunicación que fue ganador de la pasada beca DKV. Montañana tiene una sensibilidad especial.

Tuve la suerte de ser testigo (sin voz ni voto) del proceso de deliberación del jurado. Y, conocedor de lo complicado que es elegir, tengo que destacar la honestidad del proceso. Personalmente me impresionó lo nuevo de Pablo Chacón, que se tuvo que ir sin premio (había sido becado otros años y sólo podía optar a la Beca DKV, su trabajó gustó y mucho), pero estoy seguro que tendrá mucho recorrido.

Los ganadores fueron Silvia del Barrio, además beca EFTI, con su tratado sobre el insomnio, Natalia Leiva y la vida alrededor de un bar de prostitución, José M. Juan Soto y las arquitecturas racionalistas del franquismo, Susana Girón y los deportistas maduros, y Felipe Romero y su trabajo sobre los asesinados arrojados al río Magdalena.

© Rubén Vicente

La Beca DKV 2019 ha recaído en Pepe Guinea y una maravillosa serie en la que relata su proceso como paciente de un tumor cerebral. Tuve la suerte de vivir un visionado y lo que se creó en aquel momento lo he vivido pocas veces en un evento parecido. Se puedo comprobar también en en la muy emotiva entrega de premios. ¡Que bueno cuando la fotografía no trata solo de cosas de fotógrafos!

Lo siento, tengo que destacar la presencia de los chicos de la librería Railowsky. En un mundo que se toma tan en serio como este nuestro, nadie mejor para situarnos y reírnos como ellos dos. Espero homenaje en la próxima edición. Yo los programaría en cualquier evento.

Antes de coger el autobús de vuelta, pese al derrotismo inicial, ese tono apocalíptico de las cervezas del primer día, macerados en el otoño de Albarracín, el festival había creado un ambiente, una conexión entre los asistentes que la despedida parecía más bien la de adolescentes diciéndose adiós tras un campamento de verano, con firmas dedicadas e intercambio de móviles. Parece que se forjaron relaciones que me hicieron entender porqué los más veteranos presumen de la cantidad de ediciones que llevan en su pechera y cómo alardean de que acudirán el año que viene (yo también, del 24 al 27 de octubre).

Porque serán 20 ediciones, porque se aprende, porque se cogen fuerzas, porque, aunque la estructura es bastante vertical, con poco espacio para el diálogo fuera de El Gato, acabas sintiendo que vas en la misma barca de locos, sin saber muy bien cuál es el destino, pero disfrutando del viaje. Incluso en la tormenta. Y que la fotografía, sea cual sea tu forma de disparar, sirve incluso para relativizar la muerte. Mientras llega el año que viene, mandad torreznos.

© Josep García