Los Encuentros de Arlés cumplen 54 ediciones. El festival francés se mantiene como referencia en Europa y como escaparate del presente de la fotografía. Carmen Dalmau ha acudido para contarnos lo más destacado de su programación, mostrando la evolución de un panorama fotográfico en el que «todo cambia para que nada cambie».
El paisaje es una construcción cultural. Los flamígeros cipreses de Arlés que pintó Van Gogh son diferentes a los estrictos cipreses de Cristino Vera que enfilan el camino a los cementerios de la meseta castellana, igual que los olivos de Giotto no son los olivos eternos de Rafael Zabaleta.
Christoph Wiesner, director de los Rencontres d´Arles desde 2021, afirma que Arlés sirve de sismógrafo que detecta y percibe los flujos, movimientos y posibles transformaciones que permiten interpretar las derivas de las corrientes hacia las que se va desplazando la fotografía. Y es ese el triunfo del festival. Reconocemos autores, tendencias, pero no anticipa apenas nada de lo más nuevo que puede ocurrir. Apenas una pequeña vibración. Una cita anual que certifica el estado de la cuestión.
Los Rencontres d’Arles es un festival en una ciudad de recinto amurallado, abarcable a pie, con ruinas romanas y bordeada por la curva del Ródano, que irrumpe en iglesias desacralizadas, centros comerciales, criptopórticos, palacios episcopales, abadías, museos de la ciudad, antiguos hospitales, arenas del anfiteatro y claustros románicos, y consigue generar encuentros cruzados que enriquecen el pequeño universo fotográfico del que nos ocupamos.
La torre de Frank Ghery, sede de la Fundación LUMA, se eleva sobre una base circular como reminiscencia del teatro romano, según las horas del día lanza reflejos de plata o de bronce y su perfil de ciprés arlesiano dialoga con las torres de la muralla y la iglesia de San Trófimo.

Maja Hoffmann, filántropa heredera de los laboratorios F. Hoffmann-La Roche y presidenta de la fundación LUMA, es conocedora del inmenso poder transformador de la arquitectura sobre el territorio.
LUMA aloja cinco exposiciones de los Rencontres, en La Torre y el Parc des Ateliers, un área de once hectáreas ocupadas por antiguas naves de talleres ferroviarios restauradas por Selldorf architects y hoy convertidas en estudios de danza y exquisitas salas de exposiciones, un jardín y un estanque del arquitecto paisajista Bas Smets que bebe de los paisajes de Patinir y otros maestros flamencos. LUMA como contenedor es un catálogo de los mejores estudios de arquitectura que de hecho ha modificado la capital de la Camargue.
Una de las exposiciones en LUMA se ha situado como eje vertebrador de los Rencontres de este año por su espectacular puesta en escena. ‘Constelación‘ de Diane Arbus constituye un despliegue de ostentación, que, desde el corazón de la caja de plexiglás con las diez imágenes más icónicas de la fotógrafa americana editada en 1969, traza un laberinto a través de estructuras metálicas que recuerdan los vaciados de un cuadro de Mondrian, multiplican y fragmentan el espacio. En la semana de los Rencontres, un medido control del aforo forma una fila a la entrada de la sala que genera expectativas que al penetrar en el espacio se amplifican y nos llevan a deambular por el fascinante mundo de Arbus sin jerarquías ni linealidad. Un espejo cubre toda la pared del fondo de la sala, así como el reverso de las fotografías enmarcadas en un formidable golpe de efecto.

A veces las imágenes están ubicadas a demasiada altura y otras exigen agacharse para poder disfrutarlas. La tarea de iluminación es titánica ante tal dispersión y resulta menos impecable que el resto del montaje.
Desde la exposición en el MoMA de 1972, tras el suicidio de su autora, emergió una suerte de apoteosis que ha ido en aumento con el paso del tiempo. Susan Sotang afirmaba que “El suicidio también parece volver más devastadoras las fotografías, como si demostrara que habían sido peligrosas para ella”. Al contemplar las fotografías de Diane Arbus tiene lugar el embrujo, el encanto de confraternizar con monstruos, y esta puesta en escena al reflejarnos en los espejos nos lleva a pensar que podríamos ser uno de ellos.
Otras exposiciones de los Rencontres dentro de LUMA son las dedicadas a Agnés Varda, Ahlam Shibli, Gregory Crewdson y Rosangela Renno. Las cuatro son de signo muy distinto, con temas y puestas en escena completamente diferentes y sin un hilo conductor que las enlace. Al mismo tiempo otras exposiciones en el Parc des Ateliers se funden con las propuestas del festival, como la de Carrie Mae Weems que ya pudimos ver en Barcelona entre el KBr y Fotocolectania aunque la instalación con cortinas de terciopelo y grandes espacios con techos muy altos modifica la percepción de su trabajo.

La magia que se desprende de Agnés Varda, que vivía en París en la rue Daguerre, es el resultado de encontrar poesía en las cosas mas humildes y sencillas, ya sea buscando patatas en forma de corazón o construyendo cabañas de cine.
El capítulo 3: Agnes Varda, del archivo de Hans-Ulrich Obrist, lleva como título un poema ‘Un día sin ver un árbol es un día arruinado‘. La documentación de archivo se expone casi como en una biblioteca escolar, contrastando con el derroche de escenografías de las otras exposiciones con las que convive.
Varda, representante femenina de la nouvelle vague francesa, se pierde en las blancas salas. La recuperación de su intervención para la 50 Bienal de Venecia, ‘Patatutopia’, la utopía de pensar en la resistencia del mundo vegetal y en las posibilidades de interpretar la belleza de la patata como una celebración de amor a lo diferente, queda sin fuerzas.

Más hermoso es el resultado de la exposición de Varda en el claustro de San Trófimo, donde se muestran a modo de storyboard las fotografías que inspiraron su primera película, ‘La pointe courte’, rodada en 1955. Las escenas cotidianas de un pueblo de pescadores en la ciudad de Sète nos envuelven en una atmósfera atemporal, en una edad antigua. El montaje de este drama es de Alain Resnais quien, junto a François Truffaut y Jean-Luc Godard, formó el selecto club en el que también ha sido admitida Agnés Varda.
La exposición de Ahlam Shibli, fotógrafa documental palestina que acaba de tener una residencia en LUMA, es un ejemplo de cómo una cuestionable curaduría disminuye el interés de un buen trabajo. Series sobre los territorios ocupados de Palestina se unen como en una continua línea sin fin con su último trabajo realizado en Arles, resultando un recorrido frío, reiterativo, repetitivo y aburrido.

La exposición de Gregory Crewdson está planteada como una retrospectiva en la que se va apreciando la travesía de formas de trabajar más fotográficas a las más cinematográficas. Sus fotografías condensan una película entera. Son fotografías en las que se muestra un mundo enajenado, inquietante bajo una extraña calma, en las que hay una nota que no encaja en los últimos planos, son películas completas como relatos de Raymond Carver o Cormac McCarthy.
El documental que acompaña la muestra certifica el grandilocuente despliegue de medios y me invita a cuestionar si es preciso tal derroche para conseguir imágenes que mezclan los códigos pictóricos de Edward Hooper con la mejor parafernalia de la iconografía visual del cine de Hollywood, transformando el mundo en un gigantesco plató. Solo le falta una enorme grúa que desplace la posición de la luna.
El programa Kering Women in Motion, que ha firmado cinco años más como patrocinador principal del Festival para dar visibilidad a las mujeres fotógrafas, presenta a Rosângela Rennó. Es una fotógrafa brasileña que actúa sobre material de archivo, resignificando imágenes antiguas y reflexionando sobre la memoria.
En ‘Good appel/Dad Appel’ investiga la relación entre la fotografía, su estatus político y la percepción de la historia a través de las imágenes. Un friso de marcos de 10 x 15 negros o rojos con los monumentos de Lenin encontrados en internet, erige un nuevo monumento rodeando la sala a modo de friso, que repasa la historia y nos cuestiona el culto a la personalidad y el porqué unas estatuas han sido derribadas mientras otras permanecen en pie, interrogándonos sobre el valor de la imagen como documento.

Enfrente de la potente torre de Gehry se encuentra el nuevo edificio de la Escuela Nacional Superior de Fotografía de Arles dirigida desde 2019 por Marta Gili y de la que acaban de nombrar nueva directora a Véronica Souben. Esta flamante escuela, con sala de exposiciones, auditorio o envidiable biblioteca, recupera a Nicole Gravier, quien con lenguaje de fotonovela cuestiona el imaginario que los medios de comunicación proyectan sobre la mujer o sobre el paisaje.
Los límites de estas líneas no permiten mencionar toda la constelación de exposiciones que se muestran en la ciudad durante estos meses de verano, pero quienes visiten el Festival no deberían prescindir de ‘Casa Susanna‘ en el Espacio Van Gogh, que recoge la documentación gráfica sobre una casa que, durante la década de los cincuenta y sesenta, fue un espacio de libertad, un hogar de vacaciones en el estado de Nueva York, centro de reunión de hombres que gustaban travestirse buscando su identificación de género, mucho antes de la teorización del concepto queer por intelectuales como Judith Butler.

También es de interés ‘Opus Incertum‘ de Daniel Wagener en la Capilla de la Caridad para apreciar cómo se puede edificar un altar barroco deconstruyendo un fotolibro. ‘Don´t forget me’ es un inteligente montaje que muestra la recuperación del fondo fotográfico del Studio Rex ubicado en Marsella desde 1933, fundado por Assadour Keussayan, armenio de origen turco, convirtiéndose en testigo de los rostros de la historia de la inmigración colonial en Francia.
Por último, no quiero dejar de mencionar tres exposiciones que por su contenido, belleza o pasión personal han despertado mi interés.

‘Myop’, manifiesto de Amnistía Internacional ubicada en Le printemps, ruinas de un antiguo hotel en el que reconocemos los primeros festivales anteriores a la transformación de la ciudad operada por el efecto LUMA. El uso de la fotografía sigue siendo eficaz política y éticamente. Tras una magnífica galería de retratos que recuerdan las injusticias de arrestos y persecuciones sobre los cuerpos, nos adentramos en el vaso de una piscina donde se agrupan imágenes que recogen el eco de movimientos sociales en defensa de derechos y libertades.

‘Traces’ de Roberto Huarcaya, comisariada por Alejandro Castellote en La Croisière. El fotógrafo peruano captura sin cámara las invisibles experiencias en la Amazonía, en las selvas o en los océanos. La magia del territorio degradado por contaminaciones y deforestación en el que aún habita el latido de culturas antiguas.
‘Assemblages’ de Saul Leiter, comisariada por Anne Morin en el Palais de l´Archevêche, es la exposición que me ha cautivado. Saul Leiter llega a Nueva York tras dejar los estudios de teología en Cleveland, donde se encuentra con el pintor abstracto Richard Pousette-Dart, quien comenzaba a interesarse por el medio fotográfico, y es en ese estudio donde se produce el milagro. Su fotografía está fuertemente enlazada con su pintura como se muestra elegantemente en la exposición, combinando unos y otros trabajos articulados como una sinfonía musical en la que la vibración de las gamas cromáticas va pautando el ritmo.

Desde 1948 Leiter comienza a experimentar con el color, utilizando película Kodachrome de 35 mm caducada, consiguiendo dotar a la imagen fotográfica de una cálida cualidad pictórica. Su uso del color y su encuadre de ventana por el que mira el mundo provocan una extraña emoción a quien contempla las escenas callejeras que transforma en formas geométricas o abstracciones líricas. Logra ordenar el caos y encuentra misteriosamente el orden interno de elementos dispares. Consigue hallar el mecanismo que establece el equilibrio entre los objetos.
Steichen incluyó a Leiter en la exposición del MoMA de 1957 que versaba sobre fotografía experimental en color y un año después fue fichado por el director de arte Henry Wolf para reportajes de moda en revistas tan glamurosas como Harper´s Bazaar o Esquire. Alcanzado el éxito según los parámetros de su época, abandona voluntariamente ese espacio de lujo teniendo que acabar cerrando su estudio de la Quinta Avenida y pasando por décadas de olvido hasta el inicio de nuestro siglo.
El documental que se proyecta en la exposición, ‘In No Great Hurry’, nos deja una imagen de Leiter rodeado de libros, cuadros, fotografías y múltiples objetos, un ser noble que cree en la belleza de las cosas simples y que a veces las cosas que no son interesantes pueden transformarse en algo verdaderamente interesante.

Para los iconófagos Arlés es un festín. Una cita agradable que anticipa las vacaciones. La edición de este año permite disfrutar y revisitar nombres como Agnés Varda, Sofía Kulik, Diane Arbús, Gregory Crewdson, Saul Leiter o Wim Wenders, siempre interesantes. Recupera archivos como Studio Rex o Casa Susanna, abre espacios de visibilidad a los más destacados alumnos de la Escuela Nacional de Fotografía, no olvida vistas panorámicas a escuelas de fotografía, en este caso la nórdica y la fundación Louis Roederer, permite ver una selección de fotografía emergente. A pesar de todo esto tengo la impresión de que la cartografía levantada este año no es reflejo de las transformaciones y el devenir del medio fotográfico.
La fotografía por lugar de nacimiento es francesa, y pasa los veranos desde 1970 en Arlés. Cuando volvemos al mismo lugar en el que fuimos felices deseamos que algo cambie para que todo siga igual y que lo que consideramos canónico, para lograr ese bienestar, siga inalterable.