Con motivo de la exposición ‘Pilar Aymerch, Memoria Vivida’ que se acaba de inaugurar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, rescatamos la conferencia impartida sobre la autora catalana por Carmen Dalmau en el I. Cervantes de Budapest hace un año.
Hace casi dos años, Pilar Aymerich recibió el Premio Nacional de Fotografía reconociendo la carrera de una fotoperiodista poco conocida para las nuevas generaciones. Tras ello, el Insituto Cervantes de Budapest organizó la exposición ‘Pilar Aymerich: la lucha feminista en Barcelona y el reportaje social’ con algunas de las imágenes más icónicas de la fotógrafa.
Ante la imposibilidad de Aymerich de acudir a su inauguración, Carmen Dalmau recibió el encargo de explicar al público húngaro la obra y el contexto en el que fue realizada. Así viajó hace ahora un año a Barcelona para entrevistarse con Pilar. Rescatamos el texto de la conferencia que Dalmau impartió para la ocasión, coincidiendo con la inauguración de ‘Pilar Aymerch, Memoria Vivida’, y que ayudará a conocer mejor la obra y vida de la Aymerich.
Las decisiones que tomamos condicionan nuestra biografía. Una joven inquieta culturalmente en la Barcelona de los pasados años sesenta decidió estudiar teatro y esto determino su trayectoria vital hasta llegar a ser la fotógrafa que recibió el Premio Nacional de Fotografía en 2021.
El teatro fue la materia sobre la que se definió su manera de mirar el mundo, un hecho tan aparentemente alejado de una formación fotográfica ortodoxa.
La escuela de teatro Adrià Gual fundada por Ricard Salvat y María Aurèlia Campany en 1962 formaba a los actores en las dos corrientes escénicas : las técnicas brechtianas y de Stanislavski. Constituía un espacio abierto en el que se dieron cita escritores, artistas plásticos, arquitectos y representaba obras de Brecht, Pirandello o Peter Handke. Espectáculos teatrales que tardamos en disfrutar con normalidad en el resto de los escenarios del país.
Pilar Aymerich en esa escuela de Adrià Gual. Y eso fue determinante, porque sus fotografías tienen una medida escenografía que construye el espacio desde el estudio de la luz.
Fue precisamente allí donde coincidió con Monserrat Roig e iniciaron una colaboración que duró hasta que la prematura muerte de la escritora las separó. La mayoría de las fotografías que conocemos de ella, incluidas las últimas, son de Pilar Aymerich. Ambas construyeron la imagen de la otra, meticulosamente, con mucho cariño, cada una con el arte que mejor sabían tratar, la palabra o la imagen.
Preocupada con las fotografías que se estaban difundiendo de una Monserrat que luchaba contra su cáncer pero que salía herida en ellas, le regaló una última sesión en el estudio para que difundiera esas imágenes en las que seguía siendo una mujer de sonrisa luminosa y por las que hoy la recordamos.

Tras terminar sus estudios de teatro, Pilar viaja a Londres en el año 65. Deslumbrada por la ciudad, sobrevive con mil oficios, pero no con el que esperaba, la escena.
“En casa hice trampa porque les dije que me iba de vacaciones y ya no volví. En ese momento en Londres estaban las grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam, los Beatles, pero sobre todo los Rollings. Viví todo Carnaby Street…”
Ante la imposibilidad de hallar un espacio en los escenarios británicos dio un vuelco a su vocación y se dirigió hacia la fotografía. Su tío exiliado, Javier Tarragó, tenia un estudio de fotografía en Francia, en Montrichard, en el Valle del Loira, y fue allí, en ese lugar, donde aprendió el oficio de fotógrafa. Decisiones vitales en el rio de la vida que nos forman y transforman.
A su vuelta a Barcelona comenzó su actividad como fotorreportera, acompañando a Monserrat Roig. Con la frase “somos dos periodistas españolas” lograron abrir muchas puertas, pero todavía recuerda el intento fallido de ponerse en contacto con Simone de Beauvoir. El icono del feminismo colgó el teléfono. Pilar colaboro en las principales revistas del tardofranquismo y la Transición : Triunfo, La Calle, El País, Fotogramas, Qué Leer,…
Decíamos que Pilar Aymerich construyó la imagen de Monserrat Roig y precisamente la escritora se inspiró en Pilar Aymerich para dar vida a Natalia, personaje protagonista de sus novelas ‘Tiempo de cerezas‘ y la ‘Hora violeta‘. Montserrat Roig la describe como “un poco bruja y un poco gata con semblante egipcio”, capaz de colarse en todas partes y captar asombrosamente las cualidades del ser que retrata.
En ‘La hora violeta’,’ Pilar/Natalia se lamenta de que al ser mujer en un trabajo de hombres siempre es tratada con condescendencia pero nunca valorada de igual a igual. Poco a poco fue tomando conciencia de ese paternalismo que se manifiesta en los pequeños detalles y que aparentemente permite el libre ejercicio de la profesión sin trabas.
Quizá porque sus ojos son una parte esencial en la construcción de su rostro, por su color entre verde y ámbar, adora a los gatos. Ahora vive con dos recogidos de un refugio que ha ayudado a fundar. Está adoración por los gatos la hermana con otra mujer esencial para entender la historia de la filosofía española del siglo XX, María Zambrano. Dibujada en la plaza del Popolo, en Roma, dando de comer a los gatos donde se traslada en su peregrinar del exilio tras dejar La Habana.
Pilar Aymerich tiene un libro de viajes Viajeras a la Habana en colaboración con Isabel Segura en el que siguieron los pasos de cuatro viajeras a la Habana: María Teresa León, Zenobía Camprubí, Eulalia de Borbón y María Zambrano. El libro de ‘Viajeras a la Habana’ es un estallido de color, porque también hay una Pilar en color como la ciudad de las columnas.
Esta pasión por los gatos se fragua en el libro ‘AMIGOS‘ publicado junto a la fotógrafa Colita y con textos de Marta Pessarrodona y Ana María Moix.
Colita y Pilar nacen en la misma ciudad con tres años de diferencia, Colita en 1940, Pilar en 1943. Una estudia teatro, la otra en la escuela de cine. Para la una Barcelona es un escenario de teatro, para la otra un plató de cine. Ambas salen fuera para beber aires de libertad, una historia de dos ciudades, Paris y Londres; ambas se convierten en fotógrafas, y junto a Juana Biarnes forman la tríada de grandes fotorreporteras españolas de la segunda mitad del siglo XX.
Son buenas colegas con posiciones muy divergentes. Colita formaba parte de lo que se ha dado en llamar la gauche divine, mientras Pilar Aymerich se comprometía en una militancia política de izquierdas, en el PSUC, y en el movimiento feminista. Y finalmente, Colita rechazó el Premio Nacional como protesta por el tratamiento del gobierno al movimiento de independencia catalán, y Pilar se siente orgullosa de recibir el reconocimiento que se le otorga.
Es sencillo encasillar con etiquetas que resultan cómodas como marcos mentales seguros, pero como bien vemos en esta exposición [la de Budapest] existe una Pilar documentalista, fotorreportera y feminista y también existe una Pilar viajera en color fotógrafa de arquitecturas, que registra la arquitectura funeraria, retratista, especializada en fotografía teatral o una fotógrafa de calle que retrata los gatos que va encontrando en su caminar.

A través de su archivo podemos hacer una revisión por la historia vital en el periodo de la transición. La lucha de las mujeres, el movimiento obrero, los movimientos sociales, la vida intelectual en cataluña.
Sus fotos recuerdan experiencias que gracias al reconocimiento a través de sus imágenes hoy son rescatadas del olvido.
El trabajo ‘Presas 1976-1978′ recientemente publicado por Ojos de Buey, una editorial dedicada a la fotografía documental que pretende recuperar, meritoriamente, proyectos documentales inéditos de los últimos cincuenta años de nuestro país.
Un domingo del mes de marzo de 1976 grupos de mujeres se concentraron delante de la prisión de la Trinidad en Barcelona para pedir que las monjas “cruzadas evangélicas de Cristo Rey” fueran sustituidas por funcionarias de prisiones. Fue la primera manifestación feminista tras la muerte de Franco.
Trinidad Sánchez Pacheco, representante del movimiento de Mujeres democráticas de Cataluña, leyó un manifiesto para entregar al director de la cárcel, que no las recibió. Pedían que las reclusas pudieran vestir su propia ropa, leer la prensa de curso legal, tener libertad de culto, poder escribir cartas sin ser censuradas y hablar en su propia lengua.
En 1978 mientras las monjas abandonaban la prisión y llegaban las funcionarias de prisiones, durante un par de semanas se produjo una experiencia de autogestión de la cárcel por parte de las presas que organizaron los servicios de guardería, lavandería, cocina, limpieza,… Pilar que había participado en esa primera manifestación estuvo alerta para solicitar el permiso y entrar en la cárcel a registrar tan inusual experiencia.

Y Pilar estaba allí porque ella estaba organizada dentro del movimiento feminista. Este hecho le permitió registrar desde dentro, y de una forma muy especial, estas manifestaciones feministas de la época de la transición y con las que todas las mujeres de hoy seguimos en deuda. Recordarlo con las imágenes de Aymerich es un hermoso ejercicio.
Una de las pancartas de una manifestación feminista solicitaba “Amnistía por la dona, por navidad todas en casa”. Muchas mujeres estaban presas acusadas de delitos de adulterio, abandono del hogar o de aborto.
“Me encontré con mujeres olvidadas, heridas psicológicamente, infantilizadas que sonreían delante de la cámara. A veces la fotografía tiene la propiedad de devolver por unos momentos la identidad a las personas que han sido desposeídas de ella, sonríen porque dan testimonio de su existencia y saben que tu no les vas a hacer daño”
Aunque ha tardado en llegar el reconocimiento de su importante trabajo, antes del Premio Nacional, ha sido merecedora de numerosos premios, entre ellos la Medalla Amical de Ravensbrück Internacional 2017, en reconocimiento a sus reportajes sobre los supervivientes en los campos nazis y en especial sobre las mujeres. Colaboró con Monserrat Roig en la preparación del libro ‘Els catalans als camps nazis‘.
Ella reivindica a esta Monserrat estudiosa de la memoria y no solo a la escritora. Las fotografías del horror de aquellos campos que sirvieron para denunciar por primera vez que aquellos republicanos que salieron al exilio acabaron teniendo el destino cruel de los participantes en la Segunda Guerra Mundial, y muchos de ellos acabaron su lucha por la defensa de la legalidad republicana en los campos de concentración, Pilar Aymerich las revelo en su cuarto oscuro. Eran nada menos que los negativos que Francisco Boix había ido sacando en secreto, cosidos en los dobladillos, y guardados en las grietas del muro de una vecina. Esas fotos reveladas en la soledad del laboratorio produjeron en ella una conmoción emocional que aún hoy cuenta como una de sus experiencias mas aterradoras vividas. Tenia que dejar la puerta entornada para que entrara un poco de luz a mitigar el horror. Una vez seleccionadas para ser publicadas el resto las dejó sepultadas sobre una pila de papeles y solo hasta hace poco se atrevió a volverse a enfrentar a ellas para depositarlas en el Archivo de historia de Cataluña.

Considero que repasando la larga trayectoria de Aymerich lo que mejor la define es la mención a un lema de Jean-Luc Godard, el director de cine recientemente fallecido. El encuadre es una cuestión de moral. La fotografía es un oficio en el que hay que tener siempre presente la ética. Por eso dice a menudo una frase: “yo no disparo, pesco”.
Si el teatro le enseñó las claves de la escenografía, el ser mujer le dotó de una conciencia moral y ética que ha ido construyendo su mirada, desde su militancia activa en el feminismo. Hacía medios planos en las manifestaciones feministas para captar y fijar la atención en la forma de levantar los brazos o las miradas.
“Ser mujer fotógrafa en una manifestación me permite cierta invisibilidad. El fotógrafo no debe ser el sujeto de la representación. El ser freelance me ha permitido decidir que imagen hago y cual no”.
La fotografía no es solo una técnica, “tienes que entender el mundo porque sino te equivocarás”. Pilar Aymerich siempre ha intentado que sus imágenes tengan una mirada de mujer, “con ojos de mujer”, piensa, y con razón, que muchas mujeres ejercen la profesión con patrones de mirada dominante masculina.
Ama el trabajo del laboratorio. Revela siempre sus imágenes, porque al llegar a España desde su aprendizaje en Francia le parecía que se revelaba la fotografía con muy poco cuidado, un revelado muy tosco, lleno de mucho grano. En la época en la que comenzó a trabajar en prensa se daba muy poca importancia al revelado y al resultado final de la imagen. Le interesa especialmente la gradación de grises, los matices del blanco y del negro que solo se pueden conseguir en un laboratorio con emulsiones de plata.
Sigue manteniendo su laboratorio en su casa-estudio en el barrio de Gracia, con una luz maravillosa ya que antes había sido el estudio de un pintor. Tras el Premio Nacional de Fotografía ha donado sus negativos al archivo de Cataluña, y tiene obras en Museos como el Reina Sofía, pero sigue siendo una fotógrafa activa e inquieta que sigue amando su profesión.