En los Premios Nacionales de Fotografía hay muchas ausencias y la mayor es el número de fotógrafas premiadas. Siendo generosos en el porcentaje e incluyendo a la mitad del colectivo Bleda&Rosa y a Colita que renunció al premio en 2014, la cifra es el 33%.

Así pues, las cinco mujeres premiadas en los últimos seis años es una señal de que los jurados de este premio hayan sido capaces  de comenzar a modificar la tendencia dominante. 

Según las disposiciones del Ministerio de Cultura y Deporte el objeto de estos premios debe atender  al reconocimiento de una trayectoria profesional en “casos debidamente motivados” o actividades hechas públicas durante el año anterior.  El caso del Premio nacional de 2021 otorgado a Pilar Aymerich es el reconocimiento a una larga carrera profesional. 

No me cabe duda que el jurado de este año responde a criterios de igualdad  y capacidad y que ha ponderado debidamente los motivos que hacen a Pilar Aymerich muy merecida acreedora del premio. 

En ciertos cenáculos ya se cuestionó la concesión en 2020 del premio a Ana María Teresa Ortega de quien se llegó a cuestionar si era fotógrafa. Su trabajo se halla muy alejado de los cánones de lo que se considera la fotografía clásica y es un trabajo que plantea interrogantes sobre la manera de gestionar la memoria colectiva de nuestro país, así como de la dimensión tridimensional y escultórica de la fotografía. Solo estas dos razones serian suficientes para reconocer el trabajo de Ana María Teresa Ortega.

Ahora surgen voces que cuestionan el premio a Aymerich por ser casi una fotógrafa poco conocida y por tanto de escaso mérito. Como si mérito y fama constituyeran un binomio inseparable bajo la inexorable ley del mercado.

© Pilar Aymerich

Pilar Aymerich (Barcelona, 1943) ha venido desarrollando su carrera desde la década de los setenta del pasado siglo, en un mundo entonces, salvo notorias excepciones, profundamente cargado de testosterona. 

Fue alumna de la escuela de teatro Adrià Gual en Barcelona, que llevó a los escenarios obras de García Lorca y de autores catalanes, en la que colaboraron artistas plásticos e intelectuales creando un espacio de formación abierto que renovó la dramaturgia catalana siendo el germen de grupos de teatro independiente en esos años de plomo y un foco de resistencia antifranquista  donde coincidió con Monserrat Roig.

Esta escritora se inspiró en Pilar Aymerich para dar vida a Natalia, el personaje protagonista de sus novelas ‘Tiempo de cerezas‘ y la ‘Hora violeta‘. Montserrat Roig la describe como un poco bruja y un poco gata con semblante egipcio que es capaz de colarse en todas partes y captar asombrosamente las cualidades del ser que retrata. 

“Hace cuatro años que fotografío eso que llamamos realidad. Tengo éxito, cosa que no me halaga mucho, conozco la miseria del país. Los críticos dicen de mi que soy uno de los mejores retratistas de Cataluña. Lo dicen en masculino, porque si lo pudieran en femenino no sé con quien podrían compararme… ¡Además, me hace gracia eso de ser el mejor en un país tan pequeño como el nuestro!” 

Monserrat Roig. ‘La hora violeta’. 1980

Salir de las fronteras de un país autárquico permitió que ella siguiera una formación en libertad en Londres y Paris.  Tras la muerte de Franco y lidiando muchas veces con la censura fue cuando sus reportajes se difundieron a través de publicaciones como el diario El País o las revistas Triunfo y Cambio16. 

Premiar a una mujer feminista, catalana y antifranquista, cuyas imágenes de prensa son esenciales para comprender el espíritu de las luchas de la transición, es una buena noticia para la fotografía. Como lo fue el año pasado premiar el trabajo el de una artista que trabaja sobre las heridas no cerradas de nuestra historia  y nos hace enfrentarnos a nuestra amnesia colectiva.

La fotografía titulada ‘Jo també sóc adultera‘ en la que una mujer sonriente, irradiando energía y fortaleza lleva en hombros a su hijo fue tomada en 1976 durante la manifestación ante los juzgados de Barcelona en protesta por el proceso a María Ángeles Muñoz, acusada por su marido de adulterio, pertenece ya a la memoria colectiva y social de muchas mujeres en nuestro país. Ver hoy sus fotografías nos recuerda que ninguna conquista feminista nos fue regalada.

La factura de sus imágenes es muy clásica, blanco y negro y altos contrastes, y el interés de su trabajo radica en los temas que documentó y en la eficaz empatía con los que se aproximó a ellos. En 2004 la exposición ‘Memoria de un tiempo, 1976-1979‘ sobre las movilizaciones sociales en Barcelona dio muestras de todo ello.  A raíz de la exposición declaró: “Salías a la calle a trabajar, pero también a defender cosas en las que, como los demás manifestantes, tú también creías”

© Pilar Aymerich

También su faceta como retratista fue resumida en 2008 con una exposición titulada simbólicamente La cultura como defensa que muestra su sensibilidad hacia los intelectuales y artistas catalanes que nos brindaron pequeñas bocanadas de libertad como Federica Montseny, Monserrat Roig, Merce Rododera, Ovidio Montllor, Juan Marsé o Joan Brossa. Sus retratos son psicológicos, humanistas, consiguiendo que el rostro del retratado sea más que una máscara. 

Viajeras a La Habana‘ es un libro con imágenes de Aymerich y texto de Pilar Segarra, una hermosa armonía entre palabra e imagen, saturada de color, siguiendo a cuatro ilustres viajeras al ritmo de trova cubana por una ciudad a la que ama: Eulalia de Borbón, Zenobía Camprubí, María Zambrano y María Teresa León.

Cuando Pilar Aymerich fotografía huelgas o manifestaciones lo hace desde dentro. Tensiona la supuesta objetividad del reportaje fotográfico sin ocultar sus emociones y preferencias, penetrando en los ambientes,  los interioriza, los reflexiona y es solo después cuando materializa la imagen.

Una de sus imágenes más difundidas pertenece a un reportaje sobre las Jornades catalanes de la Dona en 1976. Celebradas en el paraninfo de la Universidad de Barcelona reunió a más de 500 mujeres de todo el espectro político democrático desde la democracia cristiana hasta los grupos de feministas más radicales de aquel momento. Se ve a todas sentadas cómoda y reflexivamente, con un decorado de arcos neomudéjares, mientras a lo lejos una mujer arrodillada pule un pavimento ajedrezado. La fotografía recoge la performance del grupo Las Nyakas durante la lectura de una ponencia titulada “Mujer y trabajo”.  Pero la imagen logra  interpelarnos en un plano más profundo. 

Las recientes crónicas publicadas tras la concesión del Premio Nacional clasifican a Pilar Aymerich como fotógrafa de calle, cuando ella se define como fotógrafa social. Es más justo y calibrado porque  fotógrafa social implica un compromiso que no necesariamente tiene que tener un fotógrafo de calle. 

© Pilar Aymerich

Si el premio del 2020 representa una fotografía “conceptual”, el de este año reconoce la labor del fotorreportaje, pero ambas fotógrafas, desde aproximaciones radicalmente diferentes son esenciales para rescatar la memoria de nuestro país.

En la galería de su página web sorprende la sección dedicada a los gatos. Quizá esto le acerque a María Zambrano, siempre rodeada de ellos. 

Es claro que sus imágenes no tienen intención de representar innovación en el lenguaje del reportaje fotográfico de prensa, pero detenerse en ellas permite explicar parte de nuestro pasado más reciente. 

Como dice Natalia/Pilar en la ‘Hora violeta‘: “Me gustaría fotografiarlo. Quizá así lo explicaría mejor”.