Las fotos son para los libros, o eso se deduce del momento dulce que viven actualmente los libros de fotos. Analizamos las causas que justifican el ‘boom del fotolibro’.
La consolidación de la democracia en España trajo consigo una emergencia del mercado del arte. Este fenómeno fue en detrimento del fotolibro, que durante el tardofranquismo y la transición había vivido su época dorada. La edición predominante durante los siguientes veinte años será el catálogo, un tipo de publicación muy convencional y sin afán de trascendencia que encajaba a la perfección con el ambiente generalizado de conformismo y apatía social. La crisis llegó para cambiarlo todo: acabó con las escasas ayudas institucionales para el arte, sirvió como coartada para que las agencias de prensa echaran mano de Google Imágenes y afianzó el conservadurismo de las salas en cuanto a fotografía se refiere. Ante la falta de trabajo, los autores de nuestro país se vieron abocados al pluriempleo; haciendo malabares abrieron escuelas, editoriales, ejercieron de comisarios, organizaron eventos… La falta de perspectivas de futuro le dio poder a la imaginación. Comenzaron a trabajar en colectivo. Necesitaban hacerse ver y generaron un universo propio. El fotolibro y la autoedición fueron el centro.
A través de esta lista queremos darte algunas razones para que, tanto si te interesa la fotografía, como si tienes algún proyecto entre manos o si disparas sin ton ni son, entiendas cuáles son las características del fotolibro y qué aporta éste al medio fotográfico:
1. Contra la imagen única
Hubo un tiempo en que la fotografía quiso emular a las artes plásticas; envidia del óleo lo llamó alguien parafraseando a Freud. La fotografía tenía valor como unidad, como individualidad. El cine evidenciará la posibilidad narrativa de la imagen a través de la secuencia y en la primera década del siglo XX aparece el libro como soporte idóneo para un discurso fotográfico más elaborado. En el fotolibro las imágenes funcionan como un conjunto; el orden elegido relaciona unas con otras y propone una aproximación más compleja al tema. La puesta en página se encarga de desarrollar la trama y el ritmo. Fotografía, texto y diseño están a la misma altura, dando lugar a un objeto que es, en sí mismo, la obra de arte.
2. Do it yourself
«Si no lo haces tú, ¿quién?» chillaba un grupo de punk ibérico. La generación nacida en torno a 1960 ha capitaneado las áreas más relevantes de la vida política y social de nuestro país, taponando el acceso a esos ámbitos del necesario recambio que suponga un soplo de aire fresco. La fotografía no es una excepción. Independientemente de la calidad de su trabajo, los nuevos autores tienen dificultades para despertar el interés de salas, galerías o museos, que se muestran escépticos a romper el círculo cerrado de un establishment cultural con nombres y apellidos, íntimamente relacionado con el intercambio de favores. En este contexto, si los fotógrafos quieren difundir su obra, necesitan de un formato que no esté atado a la disposición de terceros. No estamos hablando de un fanzine con imágenes impresas en la reprografía del barrio y las páginas acartonadas por abusar del pegamento en barra. El fotolibro es un objeto de calidad, requiere de cierto recorrido desde la concepción de la maqueta inicial, hasta su apariencia final y necesita de financiación, pero al menos no está sujeto a la voluntad y el criterio de otros. Si crees que tu trabajo merece la pena, no delegues: ponte manos a la obra y hazlo tú mismo. Como veréis más adelante, esto no quiere decir en soledad.
3. El acceso
En las colecciones permanentes no hay hueco para la fotografía contemporánea. Algunos museos de nuestro país tienen en su haber copias sueltas de artistas que dejaron huella en el medio para siempre, como Cartier-Bresson y Robert Adams, o referencias fundamentales de la fotografía española del pasado siglo, como Català-Roca y Colita. Pero nada de series completas. Eso y las propuestas de autores más actuales son lujos para exposiciones temporales, que duran lo que estipule el programa y después, desaparecen para ser sustituidas por otra. Permanece solo aquello que podamos recordar y, el recuerdo, con el tiempo, destiñe y se diluye en el mar de registros sensoriales que habita nuestra mente. El acceso a la obra es entonces algo efímero, caduco. El fotolibro, sin embargo, es un objeto permanente que permite revisitar el trabajo del autor cuando nos plazca.
4. El movimiento
La observación es una experiencia estática. Contemplamos un cuadro colgado en la pared y lo escudriñamos esperando a ser iluminados por el espíritu del artista que sobrevuela la sala. Somos un recipiente vacío esperando a llenarse de sentido a través de la mera contemplación. Por el contrario, los libros son siempre dinámicos y participativos. El gesto de pasar página genera un movimiento físico y un barrido mental en distintas direcciones; el autor no puede evitar que su libro se empiece por la mitad o que se lea a la inversa. En este caso, el envase vacío es el libro y somos nosotros quienes lo vamos completando, a través de la lectura, con nuestras percepciones, conclusiones y relaciones propias. Muchas tendrán que ver con experiencias anteriores, porque al leer, ponemos en juego algo de nosotros mismos.
5. La democracia en el arte
Desde que el Renacimiento acabara con el códice, el libro ha sido un espacio de experimentación creativa que ha contado con la seriación como cualidad particular. Aquellos tomos dejaron de estar encerrados en monasterios y palacios para llenar las estanterías particulares y llegar mas allá de los círculos religiosos, nobiliarios y académicos. El fotolibro, como libro impreso, es potencialmente democratizador: ofrece la posibilidad de adquirir una obra a quien de otra manera no podría permitírsela. En general, comprar una obra de arte es una inversión similar a la compra de un inmueble. Se trata de gestos que no están al alcance de todos los bolsillos. Hacerte con un fotolibro, llevártelo a casa, es algo accesible. Esta posibilidad permite una relación de intimidad con el trabajo imposible en espacios públicos.
6. Do it with others
El fotolibro es un objeto a caballo entre distintas disciplinas. En su confección interviene la fotografía, pero también la edición, el diseño gráfico o el diseño editorial. Además, el formato y los materiales tienen mucha importancia en una obra con valor objetual. Estas características sitúan al fotolibro en un cruce de caminos que fomenta el trabajo en equipo, el funcionamiento colaborativo. El autor es el director de orquesta pero un proyecto no termina al hacer click. La toma es fundamental; requiere de instinto, mirada y composición, pero tras esas milésimas de segundo hay decisiones que caracterizarán el trabajo de manera definitiva. La conceptualización del soporte debe sintonizar con la obra fotográfica, reforzándola y aportando unidad al libro. Esas cuestiones pueden escapar del terreno de la fotografía y necesitan de la entrada en escena de otros actores que no son el autor, como el editor, el diseñador o el impresor. ¡Cooperación o barbarie!